Hace unos días terminé de leer "CINECLUB", una novela del escritor canadiense David Gilmour y publicada dentro de la colección RESERVOIR BOOKS de editorial Mondadori. En facebook alguien posteó esta interesante reseña escrita por Rodrigo Fresán y publicada en el suplemento Radar del diario Página/12 (17/5/09) y creí que estaría bien compartirla en el blog.
Luz... cámara... ¡educación!
Un día, el crítico de cine David Gilmour notó que la abulia, las malas notas y el desconcierto amenazaban con desmoronar la vida educativa de su hijo. Entonces le propuso abandonar el colegio a cambio de sentarse a ver con él tres películas por semana. Cineclub (Mondadori) recoge de manera emocionante los meses de esa experiencia de cambiar pizarrón por pantalla para devolverle a su hijo el sentido de la vida.
La película empieza así y atención, es una de esas películas tipo basada en hechos reales: es el año 2001 y un padre descubre que su hijo de dieciséis no la pasa bien en el colegio secundario. Su inteligencia es alta pero sus notas son cada vez más bajas. El padre el escritor y crítico de cine canadiense David Gilmour se preocupa: el hijo, Jesse Gilmour, no hace otra cosa que fumar, contemplar las nubes en el tormentoso cielo del techo de su habitación y parece encaminarse a una vida de zombi problemático. Es entonces cuando David Gilmour le propone un trato: el hijo dejará el colegio si eso le hace feliz (Jesse no puede creer lo que está oyendo) y su nueva “educación” (donde no se le exigirá trabajar pero sí mantenerse alejado de todo tipo de drogas) pasará por ver, junto a su progenitor, tres films a la semana. Y discutirlos. Y aprender de ellos.
Así, la película es un libro que sería una gran película y cuyo tema son las películas y el modo en que en la oscuridad de un cine o en la penumbra de una sala acaban iluminando nuestras vidas. Cineclub es una comedia graciosa, inteligente, emocionante que, desde una tan solo aparente humildad y falta de pretensiones, acaba contando con modales de Súper-8 el glorioso CinemaScope en Technicolor de una gran relación. Allí, en la pantalla de las páginas, somos testigos de una íntima love story paterno-filial sobre la que se proyectan como si se tratara de lecciones teóricas para ilustrar la práctica y el “rodaje” de las vidas de los Gilmour clásicos sublimes y especímenes malditos y de culto. Todo sirve, todo funciona, todo arte y ensayo y error ilustra algún aspecto de lo doméstico y de lo universal: Apocalypse Now!, Showgirls, Citizen Kane, Nikita, El padrino, Rocky III, ¡Qué bello es vivir!, Bullit, Annie Hall, La zona muerta, Ultimo tango en París... Y allí, sin alfombra roja y despatarrados en un sofá, un padre sin trabajo y un hijo sin horizonte intentando encontrarle sentido a unas vidas demasiado indies mientras se preguntan cuánto faltará para que llegue un magnate de Hollywood y los invite a protagonizar algo así como una triunfal súper-producción desbordante de efectos especiales –afecto especial es lo que les sobra– y presupuesto multimillonario.
Pero Cineclub no se conforma con “filmar” pequeñas home movies dentro de una casa de Toronto compaginándolas con inolvidables escenas de obras maestras del celuloide. Aquí hay también sitio para exteriores muy neorrealistas y nouvelle vague donde se nos cuentan los blues laborales de Gilmour Sr. y las penurias sentimentales de Gilmour Jr. en manos y garras de las chicas fatales Rebecca y Chloe. Y, sí, se rompen varias promesas por el camino y nadie dijo que iba a ser fácil: el hijo coquetea con la cocaína, el padre comienza a dudar de toda su estrategia. Y está claro que no es el único: varios “espectadores” de Cineclub se fueron en mitad de la función acusando al “director” y a su “joven estrella” de narcisistas, irresponsables y caprichosos. En este sentido, Cineclub fascinará a vanguardistas y escandalizará a conservadores seguros de que a la hora de superar inmaduros tics interpretativos los adolescentes necesitan más la mano firme de un productor tradicional que terapéuticos y alternativos director’s cut como el que aquí se estrena.
Una cosa está clara y David Gilmour es el primero en admitirlo: tal vez su libreto sea muy arriesgado y experimental, pero también está seguro de que sus intenciones son excelentes. En este sentido, Cineclub, más allá de la originalidad del envoltorio y aires del mejor Nick Hornby, el de Alta fidelidad, cuenta una historia tan vieja como el mundo: la de un padre luchando por la salvación de su hijo. Y en aquella escena de On the Waterfront en la que Marlon Brando se pone un guante de chica o en aquella otra de Por un puñado de dólares en la que Clint Eastwood le muestra cuatro dedos al fabricante de ataúdes, puede estar la clave de esa redención.
Y no está de más apuntarlo aquí, después de todo nada de esto se nos cuenta en el libro, como si fueran esos créditos finales e informativos luego del THE END: David Gilmour escribió una novela que ganó el premio literario más importante de Canadá, y Jesse Gilmour, motivado, regresó a las aulas, terminó su educación secundaria, no le disgustó el modo en que lo “dirigió” su padre en Cineclub, estudió cine en la Universidad de Toronto y escribió un guión que le ha abierto las puertas de una escuela de cine de Praga. Y es feliz. No está mal para alguien que empieza bostezando frente a Los cuatrocientos golpes y termina, orgulloso, seguro de que Sven Nykvist es el nombre del director de fotografía favorito de Ingmar Bergman.
En un mundo mejor que el nuestro, Cineclub ganaría el Oscar a Mejor Libro Inspirado en Muchas Películas.
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