jueves, 10 de enero de 2013

El enamorado de la Osa Mayor de Sergiusz Piasecki

En noviembre pasado leí un libro de un autor absolutamente desconocido para mí: Sergiusz Piasecki. Me encantó sentir la "acción real" que recorría sus páginas (quizás como el excelente "Deliverance" de James Dickey), y ese ir y venir atravesando fronteras en el centro de Europa. Una novela que, como se verá en esta nota que comparto en el blog,  pudo salvarle la vida (y estoy seguro de que, de algún modo, lo hizo).


El enamorado de la Osa mayor - Sergiusz Piasecki


por Alberto Infante
www.albertoinfante.es



Según algunas versiones, Sergiusz Piasecki nació en 1899, y según otras en 1901, en Lachowicze, Lituania, por entonces parte del imperio ruso (hoy en Bielorrusia) de madre bielorrusa y padre polaco. Con dieciséis años luchó en la división lituano-bielorrusa del ejército polaco contra el naciente poder soviético. Según unas fuentes cambió de bando y entre 1922 y 1926 trabajó para los servicios de inteligencia comunista pero otras lo niegan. Se sabe que después se dedicó al bandidaje y al contrabando. Fue detenido por las autoridades polacas y condenado a muerte pero la pena fue conmutada por quince años de reclusión. En la cárcel escribió “El enamorado de la Osa Mayor”.

Gracias a la infidencia de los carceleros el manuscrito llegó a manos del novelista polaco Melchor Wankowicz quien, entusiasmado, ayudó a publicar el libro en 1937. El efecto fue enorme y se organizó una campaña para conseguir la liberación de aquél bandolero que sin preparación literaria alguna había escrito una obra maestra. Tras la invasión alemana, Piasecki fue evacuado y su rastro se pierde hasta que al final de la guerra reapareció en Inglaterra, escribió un breve prólogo para “El enamorado… “, se publicaron otras obras suyas (“Memorias de un oficial del Ejército Rojo” y “Nadie se salva”) y volvió a desaparecer de nuevo. Al parecer, murió en 1964 pero la fecha y el lugar donde está enterrado no se conocen con seguridad.







“El enamorado de la Osa Mayor” es, desde luego, una “novela de acción”. Pero es mucho más que eso. Es una novela de frontera. Una frontera hecha de bosques, lagos, alambradas, valles y ciénagas; de expediciones de contrabando; de noche y neblina; de mujeres fuertes, tiroteos y delatores. Piasecki lo resume en un párrafo célebre: “Vivíamos a cuerpo de rey. Bebíamos como cosacos. Nos amaban mujeres de bandera. Gastábamos a espuertas. Pagábamos con oro, plata y dólares. Lo pagábamos todo: el vodka y la música. El amor lo pagábamos con amor, el odio con odio”.

Perdido en el camino de regreso, el contrabandista solo puede confiar en el revólver y en las estrellas, particularmente en las que forman la Osa Mayor a las que nombra como si fueran sus novias: Eva, Irene, Sofía, María, Helena, Lidia y Leonia. Los amigos desertan, son capturados, mueren; las amantes son reconfortantes pero efímeras; a Fela, el amor imposible, es necesario contemplarla en secreto.

Las coincidencias entre Piasecki y Conrad son evidentes. Como Conrad fue polaco en su juventud. Como él, vivió muchas de las tramas de sus propias novelas. Como él, se estableció en Inglaterra. Como en él, acción y libertad van unidas. “A menudo el placer de vivir me dejaba sin aliento. De vez en cuando los ojos se me empañaban sin que viniera a cuento… Se pronunciaban pocas palabras. Pero eran palabras de verdad que yo podía entender fácilmente  a sabiendas de que no eran juramentos ni palabras de honor y que por tanto podían darse por seguras”.

Pero el contrabandista de Piasecki carece de la dimensión épica y los referentes morales de los héroes de Conrad. El bien y el mal le son ajenos. Desafía a los soldados y despluma a sus propios camaradas. Muchas veces actúa sin medida. A menudo es demasiado frío e indiferente. Ha conocido la guerra y sus horrores. Sabe que con frecuencia los ideales son poco más que débiles coartadas para encubrir la ambición y la brutalidad. Y no espera nada. A lo sumo una noche más de vida bajo las estrellas.

miércoles, 9 de enero de 2013

Oliver Sacks - Elogio y defensa del "viejo" libro

Siempre es interesante lo que tiene que decir Oliver Sacks pero cuando lo que tiene que decir es sobre los libros "viejos" me dije: "esto va derecho al blog de la librería". Lo tomó prestado la Revista Ñ del New York Times y nosotros se lo pedimos prestado.



ELOGIO Y DEFENSA DEL VIEJO LIBRO



Acabo de publicar un libro, pero no lo puedo leer porque, como millones de otras personas, tengo problemas en la vista. Tengo que usar una lupa, y eso resulta lento y engorroso porque el campo es muy limitado y no se puede abarcar una línea completa, mucho menos un párrafo, de una sola mirada. Lo que necesito es una edición en letra grande, que pueda leer (en la cama o en el baño, donde hago la mayor parte de la lectura) como cualquier otro libro. Algunos de mis libros anteriores existían en ediciones de letra grande, algo invalorable cuando me pedían que hiciera una lectura en público. Ahora me dicen que la versión impresa no es “necesaria”, que tenemos e-books, que nos permiten aumentar a nuestro antojo el tamaño de la letra.

Pero no quiero un Kindle, un Nook ni un iPad, cualquiera de los cuales podría caerse en el baño o romperse, y que tienen controles para los cuales necesitaría una lupa. Quiero un libro de verdad, de papel impreso, que tenga peso, que huela a libro, como los libros de los últimos 550 años, un libro que pueda guardarme en el bolsillo o poner con los demás en la biblioteca, donde pueda divisarlo en momentos inesperados.

Cuando era chico, alguno de mis familiares mayores, así como un primo que tenía problemas de vista, usaban una lupa para leer. La aparición de los libros de letra grande en la década de 1960 fue para ellos un regalo del cielo, como para todos los lectores que veían mal. Florecieron las editoriales especializadas en ediciones en letra grande para bibliotecas, escuelas y lectores, y siempre se las podía encontrar en librerías o bibliotecas.

En enero de 2006, cuando mi vista empezó a declinar, me pregunté qué podría hacer. Había audiolibros –yo mismo he grabado algunos–, pero era un lector por antonomasia, no un oyente. Soy un lector empedernido desde que tengo memoria, y con frecuencia recuerdo de forma casi automática números de página o el aspecto de párrafos y páginas. Quiero libros que me pertenezcan, libros cuya paginación íntima se me haga familiar y querida. Mi cerebro necesita lectura, y la respuesta reside, para mí y con toda claridad, en los libros de letra grande.

Pero ahora cuesta mucho encontrar en las librerías libros de calidad impresos con letra grande. Lo descubrí cuando hace poco fui a Strand, una librería famosa por sus miles de estanterías que visito desde hace cincuenta años. Sí, tenían una (pequeña) sección de letra grande, pero consistía sobre todo en novelas baratas y manuales. No había recopilaciones de poesía, teatro ni biografías. Tampoco ciencia. No estaba Dickens, ni Jane Austen, ninguno de los clásicos, nada de Bellow, Roth ni Sontag. Salí frustrado, y también furioso: ¿las editoriales pensaban que los discapacitados visuales eran también discapacitados intelectuales?





Memoria y experiencia

Leer es una tarea de gran complejidad, en la que intervienen muchas partes del cerebro, pero no es una habilidad que los seres humanos hayan ido adquiriendo en el transcurso de la evolución (a diferencia del discurso, que tiene raíces mucho más profundas).La lectura es un avance relativamente reciente, cuyos comienzos se remontan tal vez cinco mil años en el tiempo y que depende de una pequeña zona de la corteza visual del cerebro. Lo que ahora llamamos el área visual de formación de palabras (VWFA por la sigla en inglés) es parte de una zona cortical que evolucionó hasta reconocer formas básicas en la naturaleza, pero que puede reutilizarse para el reconocimiento de letras o palabras. Ese reconocimiento elemental de formas o letras es sólo el primer paso. A partir de esa área visual de formación de palabras deben hacerse conexiones de doble vía a muchas otras partes del cerebro, entre ellas las responsables de la gramática, los recuerdos, asociaciones y sentimientos, de modo tal que letras y palabras adquieran sus significados específicos. Cada uno de nosotros forma vías nerviosas únicas relacionadas con la lectura, y cada uno lleva al acto de leer una combinación única, no sólo de memoria y experiencia, sino también de modalidades sensoriales. Algunos pueden “escuchar” los sonidos de las palabras a medida que leen (a mí me pasa, pero sólo cuando leo por placer, no cuando leo con fines de información); otros pueden visualizarlas, de forma consciente o no. Algunos pueden tener una aguda conciencia de los ritmos acústicos o los énfasis de una frase; otros son más conscientes de su aspecto o su forma.

En mi libro El ojo de la mente , describo a dos pacientes, ambos escritores, que pierden la capacidad de leer como consecuencia de una lesión cerebral en la VWFA, que está cerca de la parte posterior del hemisferio izquierdo del cerebro (quienes padecen ese tipo de alexia pueden escribir, pero no leer lo que escriben). A pesar de ser editor y un amante del texto impreso, uno de ellos se volcó de inmediato a los audiolibros para “leer”, y empezó a dictar sus propios libros en lugar de escribirlos. La transición le resultó fácil; de hecho, pareció algo natural. El otro, un escritor de novelas policiales, estaba demasiado habituado a la lectura y la escritura como para abandonarlas. Siguió escribiendo (en lugar de dictar) y descubrió, o ideó, una extraordinaria nueva forma de “lectura”: su lengua empezó a copiar las palabras que tenía delante, trazándolas en la parte posterior de los dientes. Leía, en efecto, mediante el recurso de escribir con la lengua empleando las zonas táctil y motriz de la corteza. También pareció ocurrir de manera natural. Al recurrir a sus fortalezas y experiencias individuales, el cerebro de cada uno encontró la solución adecuada, la adaptación a la pérdida.



Nuevas formas de leer

Para alguien que nace ciego, sin imágenes en absoluto, la lectura es una experiencia esencialmente táctil, a través del relieve de la impresión en Braille. Los libros en Braille, al igual que los libros con letra grande, son cada vez menos en la actualidad, a medida que la gente recurre a los audiolibros, más baratos y abundantes, o a los programas de voz digital. Pero hay una diferencia fundamental entre leer y que nos lean. Cuando es uno el que lee, ya sea por medio de los ojos o de un dedo, es libre de avanzar o retroceder, de releer, de reflexionar o fantasear en medio de una frase: uno lee según su propio tiempo. Que nos lean, o escuchar un audiolibro, son experiencias más pasivas, sujetas a los caprichos de otra voz y que se desarrollan en el tiempo del narrador.

Si avanzada la vida nos vemos obligados a aprender nuevas formas de leer –de adaptarnos a una menor visión, por ejemplo–, cada uno debe hacerlo a su manera. Algunos podremos pasar de leer a escuchar; otros seguirán leyendo mientras les sea posible. Algunos podrán agrandar la letra en sus lectores de libros electrónicos; otros lo harán en sus computadoras. Nunca he adoptado ninguna de esas tecnologías. Por ahora, por lo menos, me atengo a la anticuada lupa (tengo una docena, de diferentes formas y potencia).

La escritura tendría que ser accesible en la mayor cantidad posible de formatos: George Bernard Shaw decía que los libros eran la memoria de la humanidad. No debería permitirse que desapareciera ningún tipo de libro, ya que todos somos individuos y tenemos necesidades y preferencias muy específicas, preferencias que llevamos grabadas en todos los planos del cerebro, en redes y configuraciones nerviosas individuales que crean una relación profundamente personal entre autor y lector.

(c) The New York Times, 2013.

Traduccion de Joaquin Ibarburu.

* Sacks es un escritor y neurólogo inglés. Profesor de neurologia clinica en la Escuela de Medicina Albert Einstein y profesor adjunto de neurología en la Universidad de Nueva York. Escribió, entre otros, “Despertares” y “Musicofilia”.