lunes, 26 de diciembre de 2011

El poder de lo ambiguo

Sobre Vida y obra. Otra vuelta al giro autobiográfico, de Alberto Giordano, Beatriz Viterbo, Rosario, 2011, 121 pág.

por IRINA GARBATZKY







Posiblemente la forma en que un escritor relata cómo comenzó a escribir o cuándo planifica dejar de hacerlo, sea casi siempre de calculada proeza. Si Alberto Giordano se detiene en algunas de las escenificaciones que ocupan a los escritores que escriben diarios o autobiografías no es para festejar el salto sino para encontrar el punto en donde lo íntimo se cifra como lo desconocido de sí, e imprevistamente toma, a un tiempo, a quien escribe y a quien lee. ¿Es la narración de esa escena hecha por los escritores o la lectura del crítico la que provoca un encuentro con la distancia entre lo dicho y el decir? No lo sé; entre críticos y escritores también se abre una historia de cercanías y desencuentros. Pero tal vez debido a que no haya manera de constatar el acontecimiento, Giordano trae la figura de María Moreno “como cronista y como lectora”: existe una relación con la escucha, una disposición a resonar, en las historias de vida en general, con aquello de la voz que persiste más acá o más allá de lo que se cuenta.


Escuchar la voz narrativa en las “escrituras del yo”, implica situarse en resonancia con la extrañeza, cuyo cauce es indiferente a las inflexiones, más o menos estandarizadas, de la voz, aunque no obstante la compongan. Esta advertencia puede ser útil para pescar la voz de la “niña” Inés Acevedo cuando en su libro Una idea genial, en el curso de mostrarse a la fuga de sí misma, “[el devenir infantil] silencia oportunamente las otras voces sin las que Acevedo no hubiese podido escribir su autobiografía, la generacional y la del género, la voz de las ‘muchachas punk’ que reniegan de la lengua literaria y ensayan, a veces con envidiable encanto, el coloquialismo y los énfasis de la conversación o las escrituras electrónicas mientras exponen su intimidad”. “Fijáte cómo me estoy yendo”, sintetiza el autor, para dar cuenta de esa inmovilidad aparente, metaforizada en el recuerdo de Inés frente a su escritorio, a espaldas del entorno familiar (y respaldada por él).


Los tropiezos de Diego Meret sobre el ruido de las máquinas fabriles y la entrada (no por marginal menos estentórea) a la literatura, también permiten oír una atmósfera; esta vez la de los cuentos de Felisberto Hernández, y con ello la mismísima materialidad del embotamiento que le sobreviene al protagonista de En la pausa.


Sin embargo, no sería acertado nuclear el libro en torno a la escucha, a pesar de que el último ensayo (“El giro autobiográfico em Gávea”) funcione no sólo como la oportunidad de revisitar algunas preguntas relativas a los diarios de escritores –iniciadas en sus libros anteriores, como Una posibilidad de vida. Escrituras íntimas (2006) y El giro autobiográfico en la literatura argentina actual (2008)–, en el marco de los intercambios universitarios con Río de Janeiro, sino, sobre todo, como una memoria de lo dicho y lo omitido, de las incertezas, las expectativas y la felicidad final que le provocaron al autor los diálogos con los estudiantes cariocas (una “jam session académica”), una vez que se ha desplazado de su “lengua materna”.


Vida y obra, como se explicita al comienzo, discute en todos sus artículos con Josefina Ludmer, especialmente con “Literaturas postautónomas”, un texto que circuló en la web durante 2007 y que se publicó en Aquí América Latina (2010). Giordano opone un límite, la producción de valor literario en las “escrituras del yo”, a partir de la noción de anacronismo de Giorgio Agamben. La cuestión no sería obliterar lo actual sino repreguntarse por el presente en la literatura, cuidando, al mismo tiempo, de no caer en el tono “amonestador” que utiliza César Aira cuando acusa a los jóvenes narradores de narcisistas o frívolos. “Sólo llega a ser contemporáneo de lo que se sustrae a las convenciones actuales el que descubre en el presente resonancias de un pasado que todavía reclama conclusión”, advierte. Los “experimentos” conceptuales de las “no novelas” de Raúl Escari pueden pasar, de este modo, semi-desapercibidos, “por la persistencia anacrónica del causer decimonónico en el performer posvanguardista”.


El ensayo que me gustó especialmente fue el destinado al libro de Gabriela Liffschitz Un final feliz (Relato sobre un análisis), un libro que no es ni novela ni testimonio del pase, pero que encuentra su fuerza literaria en hacer oír “el murmullo de lo que se repite a fuerza de inconclusión”, a través de “funciones narrativas” (una protagonista en transformación, el analista como héroe).


Al igual que en el análisis, la escritura autobiográfica transita el desasimiento de la “historia personal” para entrar en lo desconocido. El efecto de lectura del ensayo, al menos por momentos, es el de una coincidencia temporal entre la lectura y el “acto” de escritura de Liffschitz en su “inminencia” (ante el desvanecimiento de su victimización, ante el cáncer), que participa, a su vez, de una decisión ética para vivir lo que acontece. “El análisis es una escuela del relativismo. Quienes lo practican aprenden ‘que la verdad personal es sólo una particularidad de cada uno, un rasgo a veces –casi siempre–rayano en el absurdo’. […] Si no con sangre, la letra de esta lección se graba en los gestos y las actitudes con trabajo. La fórmula es inapelable: renunciar a lo evidente y recrearse a partir de lo desconocido. Porque nadie suelta las verdades que dirigen la administración de justicia según los cánones de la historia familiar, por dolorosas que resulten, si no confía en la posibilidad de fabricarse una verdad solitaria que no debilite, o al menos no obstruya la afirmación de sus potencias creadoras. Esta verdad ya no tiene que ver con un estado de cosas personales, sino con una decisión respecto de lo que acontece. Es cuestión de escucharse como otro”.


Este gesto actúa, además, en los dos libros anteriores de la escritora que aúnan texto y fotografías del cuerpo desnudo después de la mastectomía. Transmutar “la carne vulnerada en pantalla o lienzo” también exige esa evasión de identificaciones. Giordano registra el movimiento que ocurre en las imágenes del cuerpo, justamente a partir de la prevalencia de lo estético sobre la denuncia; un voto por la ambigüedad que la escritora-performer realiza entre el temor a la muerte y la felicidad de la obra.

Irina Garbatzky