Elvio E. Gandolfo: The Book of Writers.
Caballo Negro Editora, 2010. Relatos.
En el primer relato, “Fallado”, el narrador cuenta la historia de un escritor al que conoció. Eran compañeros de trabajo y tenían conversaciones esporádicas. El narrador lee los primeros poemas que publica el otro, luego sus cuentos, algunos incluso antes de ser publicados. Parece que se trata de la historia de la formación de un vínculo entre dos colegas. Sin embargo notamos, sobreimpuesto a este argumento, que lo que se cuenta son las razones por las cuales la carrera literaria de este escritor joven no llega a ser lo que prometía. Si desde el principio el tono de la “Nota inicial” nos tienta a leer las historias como anécdotas personales y también a intentar identificar a los escritores que irán apareciendo, al final de cada historia el interés del lector queda ceñido a algo más general. El narrador de “Fallado” le desea a este muchacho cuya trayectoria describe una vida “sin demasiados conflictos graves, con su cuota de gratificación”, pero tiene la incómoda impresión de que el otro tiene una “falla” fundamental. ¿Qué le falta para llegar? En sus gestos, en su mirada, en el atuendo, en la tendencia al derroche de lenguaje del joven escritor el narrador de la historia encuentra la clave: percibe estos detalles como el encubrimiento de una carencia de algo “inclasificable”, “el reflejo de su propia falta de apoyo en el mundo”.
En “Acto de desaparición”, se cuenta la trayectoria del Zorro, un escritor entrerriano con el cual el narrador (que es siempre el mismo, salvo tal vez en “Traidores”) se cruza a lo largo de los años. Como en el caso de “Fallado”, también se trata de una trayectoria, sólo que a diferencia del otro escritor, el Zorro es un autor de gran talento que ha gozada del reconocimiento de muchos colegas, entre ellos el narrador, que lo admira incondicionalmente como escritor. Pero el Zorro también tiene una “falla”. En su caso, es una tendencia irremediable a la agresividad, que es figurada con la imagen del “soplete”. El Zorro aplica con su verba agresiva un soplete sobre los demás, los esquilma con su lengua, les aplica la brasa de su ponzoña y por eso termina quedándose solo. En una ocasión en que se reunió con el narrador, el Zorro “se dedicó […] a agredir con extrema minucia a una serie de personas y en especial escritores que conocíamos, como si el soplete fuera lo único que pudiera manejar por entonces”. Sin embargo hubo un grupo de escritores que lo ayudó; lo apreciaban, lo admiraban y por eso también editaron sus libros y le dieron espacio en las revistas. Sin embargo, pese a que lo “defendieron”, estos gestos lo hundieron aún más, lo empujaron hacia la desaparición. Según el narrador, esto fue así porque este grupo resultaba antipático. “No eran simpáticos, en ningún plano, no tengo otro modo de explicarlo”, dice. “Aún así de todos modos cada uno de ellos logró, a su manera, trascender más que el Zorro. No por oportunismo ni por adecuarse a las reglas del así llamado sistema, sino porque trabajaban mucho, eran ordenados, bastante prolijos, y mucho menos cercanos, en su vida personal, diaria, a un soplete que buscaba ajustar la llama y quemar”. De esta manera se van perfilando las claves y el eje de este libro. De lo que se trata es de contar historias de escritores que Gandolfo conoció y trató porque en ellas se cifran algunas claves de la dinámica de eso que llamamos sistema o campo o mundillo literario. “La literatura como cuerpo organizado de gente dedicada a un mismo oficio, como espacio y red de chismes, rencillas, opiniones y comparaciones de calidades y de cantidades”. La historia de alguien que no llega, la historia de alguien talentosísimo que “desaparece”, las historias de los amigos del Zorro que lograron “trascender” y la del personaje de “El juguete roto” cuya “repercusión” aumenta tanto que lo contratan de una universidad extranjera donde gana plata y se mueve a otro nivel, todo esto debe leerse como un comentario indirecto de los valores, deseos y tipos de actores del mundo literario.
En la “Nota final” el autor comenta que su libro tiene como “inalcanzable modelo” un relato de Henry James (“La humillación de los Northrope”) el cual “puede ser leído como un comentario finísimo pero no por ello menos cruel sobre aspectos de la vida cultural londinense del siglo pasado y de cualquier otro lugar y tiempo”. Simétricamente, entonces, hay que leer estas historias como un comentario sobre el mundo literario en el que el autor se mueve, aunque también se trata de algo más abstracto, más general y universal si se quiere. Encuentro un modo torpe y manido de decirlo: es como si el libro de Gandolfo sirviera para explicarle a un marciano o una tía que es contadora pública qué significa dedicarse a la literatura, qué quiere un escritor, que perfil psicológico, que moral impone este oficio.
Por lo que se deduce de las historias mencionadas hasta ahora, de lo que se trata es “trascender”, de hacerse “conocido”, de aumentar la “repercusión” y de tener una cuota de “gratificación” por los esfuerzos hechos. Para un escritor, la cuestión pasa por ser alguien, por existir en ese campo específico, por tener el reconocimiento de los pares. Para el que lo ve de afuera esto seguramente resulta incomprensible; no se trata de fama, ni de dinero sino de que un grupo muy reducido de personas (los colegas que se dedican a lo mismo y algunos lectores calificados) te estimen como escritor, te lean y te respeten. En el relato “Altiva”, una dama aristocrática y viuda del gran Maestro de la literatura argentina padece justamente la falta de esto que todo escritor persigue. En un encuentro con otros autores ella lee una ponencia en la que pide que “nos queramos un poco más”, y traduce el narrador: “ella quería en realidad que durante un tiempo prudencial, que no modificara sus trayectos y conductas de todos los días, una serie no muy grande de colegas, de, por así llamarles, escritores, le hicieran saber que la respetan, que la leen, que discutieran con ella secretos del oficio, y después que la dejaran en paz, altiva, sola”. Pero no lo hacen, no le dan bola. Ella podrá ser la viuda del Maestro, podrá tener los derechos de su obra, podrá tener toda la plata, el refinamiento que quiera pero no es admitida como colega entre ese “rebaño por lo general mal vestido y un poco encorvado o difuso de hombres y mujeres de clase media, salpicado por algunas pocas histéricas mejor ubicadas, magra competencia”. El escritor quiere obtener eso que Bourdieu llamó capital simbólico, lucha (lo sepa o no, lo reconozca o no) para conseguirlo y tiene “competencia” (magra o de peso). La altiva no es una competidora de peso, no entendió cómo funciona el sistema, no aprendió a aceptar los “precios y las recompensas”. Las “histéricas” tampoco lo son; el fallado, el que carece de un sedimento existencial sólido, no puede llegar, se lo tragará la locura y quedará boyando “en las aguas sociales” durante años; el Zorro tiene todo para llegar, es más, llega, pero cae y “desaparece”: “Porque como es lógico alguien que se escurre así, tan ladinamente por un lado, y tan certero para herir por el otro, termina siendo poco a poco no agredido a su vez, no castigado, no enfrentado, sino evitado, aislado, empujado por nadie, por el viento, por algo todavía más etéreo pero poderoso aún que el viento”. En cambio los que trabajan, lo que son ordenados y prolijos, obtienen más rédito que el Zorro, aun cuando no tienen su talento literario. También tiene éxito el personaje de “El juguete roto”, uno de los relatos más destacados del libro.
En “El juguete roto” se cuenta la historia de una amistad que no pudo ser entre el narrador y “Fulano”. Dos tipos que tienen más o menos la misma edad, que se han leído y se admiran, que se encuentran cada tanto en una librería y cruzan un par de palabras con el librero que propicia esa amistad. Al final toman un café, charlan, el narrador se asombra de la precisión con la que el otro habla de detalles técnicos del oficio que comparten, parece que lo único que puede suceder es que terminen haciéndose amigos. En un punto la habilidad narrativa de Gandolfo hace que la escena de los dos tipos conversando en un bar resulte tan intrigante como un thriller. En un momento aparece mencionado el Zorro, descripto como “un tipo realmente torturado” por Fulano. Y la clave del temperamento de Fulano se le revela al narrador gracias a su agudeza y al aporte de “Fabián”, quien asocia cierto doblez y cierto maquiavelismo de Fulano con el hecho de que no escriba poesía, de que no “se suelte”, de que no enfrente y exponga sus incertidumbres. Entonces el afecto, la amistad, ese don tan precioso y escaso, no le es concedido a Fulano, o, mejor dicho, no crece entre ambos, porque el ansia de control y de dominio sobre todo que ostenta Fulano transforma en un páramo el terreno compartido.
Además de este tipo de escritor calculador, hay dos especímenes más en el libro. En “Traidores”, un texto breve y ambiguo, se ofrece una caracterización y clasificación de los tipos de traidores y traidoras: “puede ser algún hombre delgado y cejijunto, pero de extraordinaria bondad, que vive al borde de la pobreza absoluta”, o “algún traidor famoso, resonante…”. “Menos patéticos, más respetables, son los intentos mismos de teorizar la esencia misma de la traición, en especial si quien lo hace es a su vez un traidor”. Este relato resulta singular porque en todos los demás no nos cuesta asociar al narrador o, en los relatos en tercera persona, a uno de los dos protagonistas, con el propio Gandolfo. Primero por las señas particulares de este narrador-personaje, y segundo porque en la nota final se nos avisa que, aunque se han borrado ciertas marcas, los relatos tienen un apoyo en la realidad. En “Traidores” se narra una escena que sucede en un cuarto en el que hay una mujer que es una traidora y se afana en cumplir con su tarea mientras alguien la describe y hace esfuerzos por “teorizar la esencia misma de la traición”, dando a entender que él mismo es un traidor. No resulta verosímil que este personaje que se autodefine como un traidor sea el mismo narrador de los otros relatos. Cierto aire bonachón, generoso, optimista y sincero reaparece una y otra vez en los otros relatos ligados al narrador; en este, en cambio, se adoptaría la perspectiva del mal, exhibida repentinamente en el desenlace.
“Repetición en falso” y “La distancia” son relatos en los que aparece el tema de la pareja de escritores. En el primero, una mujer que quiere escribir se comunica telefónicamente con un escritor experimentado para pedirle que le enseñe su arte. De ese pedido surge un encuentro personal, pero desde el inicio el escritor rechaza el rol de maestro y la cosa pasa a un plano de igualdad, y en ese plano se abre la posibilidad de una relación de pareja. Aquí la escritura es un interés común, la excusa del destino para juntarlos. En “La distancia” se relata el comienzo de una relación entre un escritor y una mujer que no escribe pero que ha leído mucho. Al poco tiempo ella comienza a escribir, él lee sus originales, la admira. Aparece el fantasma de la envidia (“yegua, yegua, nunca escribí así”), también la escritura como espacio de aparición de los espectros del pasado, aparece el goce puro que produce la lectura de una escritora admirada, el hecho inevitable del reconocimiento del valor artístico más allá de sentimientos y pasiones personales.
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Coda
Leí The Books of Writers el año pasado, apenas salió, y desde entonces se me viene a la cabeza por uno u otro motivo. Muchas veces al leer o escuchar las declaraciones de un escritor, otras al presenciar o leer acerca de alguna rencilla de mayor o menor alcance, a veces también a la hora de examinar mis propias cavilaciones frente a algún hecho relacionado con la literatura. ¿Qué es ser un escritor? ¿Qué tipo de cosas se espera que haga un escritor? ¿Tiene que hablar de los demás, tiene que hacer alianzas, tiene que criticar, denostar, desmerecer a los colegas si quiere ser alguien? ¿Se llega a serlo solo siendo calculador, interesado, astuto?
En estos meses encontré decenas de textos y situaciones que me remitían a “aquello que estaba planteado en el libro de Gandolfo”. Prefiero mencionar un par de textos en vez de situaciones o personas, por ejemplo el cuento “Un solitario”, de Sara Gallardo. Allí un poeta recae en un bar que solía frecuentar pensando que nadie le ha prestado atención jamás: “Se creía invisible y, en caso de conocido, detestado [por los parroquianos del bar]. Era un error, basado en la legión de enemigos que acezaban contra él entre las sombras de lo literario. Mas una cosa son los pasillos de una especialidad y otra el ancho mundo”. Muchos de los cuentos de Roberto Bolaño se me presentaron como variaciones y comentarios aislados de un asunto que Gandolfo ha sabido transformar en el tema exclusivo de su libro, por ejemplo “Sensini”, “Una aventura literaria” y “Enrique Marín”. En este último, por ejemplo, leemos: “Un poeta lo puede soportar todo. […] El […] enunciado es cierto, pero conduce a la ruina, a la locura, a la muerte”.
Ser escritor, parece, es más que escribir (bien o mal, mucho o poco). Es constitutivo del oficio del escritor la idea de competencia, de contienda, la presencia de enemigos como un vasto coro de sombras que acecha y la posibilidad de sucumbir (volverse loco, suicidarse, quedar aislado). Por eso serían necesarias las alianzas, las ayudas estratégicas para vencer, los contactos, los pactos espurios, las traiciones, las mezquindades. Todo indica que no hay espacio para la ingenuidad, para el candor ni para la debilidad. Te comen crudo, te liquidan, sería la idea. Me impresionó mucho escucharle decir a Bolaño en una entrevista que le hicieron poco antes de morir que su deseo era que su hijo se apartase de la literatura. “Yo no sé cómo no se dan cuenta, es un mundo terrible”, subrayaba.
En el cuento de Sara Gallardo que cité hay una frase que dice: “Hay gente de diversas clases. Cavadores, trepadores, soñadores”. Me quedó grabada y quería encontrar la ocasión de copiarla a propósito del libro de Gandolfo. Pienso que el gesto de ligar su Book of Writers al relato de Henry James (de infiltrarnos el deseo de ir a buscarlo) es muy significativo: ese relato dice que los espíritus delicados triunfan al final, cuando las tretas de los que están hoy en las tapas del diario caen por su propio peso. Si es así, entonces seguramente el acto de desaparición del Zorro no es perfecto y el éxito exagerado de Fulano no se sostendrá indefinidamente. Ya ganará espacio el Zorro, porque tiene talento; ya perderá un poco de centralidad Fulano, porque no es tan bueno. The Book of Writers me hace pensar (pero es una impresión vaga basada en detalles sutiles: el rechazo de la impostura, la capacidad de reírse y perdonar la agresión gratuita del Zorro, las buenas ondas dirigidas a la Altiva, los buenos deseos para el “fallado”) que no vale la pena comportarse como un canalla para obtener triunfos menores porque al final sólo quedan las obras que de verdad importan. Hay valores, sería la (mi) idea del libro: los literarios, que se las arreglan para salir a flote gracias a una ecología propia del sistema que nunca pierde lo que vale la pena; son valores constituidos históricamente, no absolutos, claro está, pero siempre hay un lector que les asegura su perduración a las obras que los poseen, que les dan su página merecida en la historia literaria para dicha de los lectores futuros. Y hay valores… bueno, “no le tengamos miedo a los términos”, como dice Gandolfo, valores éticos, humanos, que son los que hacen posible que la gran mayoría de nosotros, los que vayamos pasando al olvido a medida que nos vayamos muriendo, vivamos en un mundo más o menos tolerable. ¿Acaso no tenemos, a falta de la certeza de un futuro glorioso, la posibilidad de un presente en el que se puedan compartir los dones de la poesía y de la amistad?
(publicado por su gentileza y la de http://www.ellincemiope.com)
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