Sí, ya voy a leer la novela
LA FRONTERA DE LA QUE NO SE RETORNA
“No sabe cómo quisiera que la vida no se pareciera tanto a un sueño”, le dice Ricardo L’Heritier, protagonista de “El desalmado”, a una de sus potenciales víctimas en las páginas finales de la más reciente novela del argentino Carlos Chernov.
Un sueño, o en todo caso el símil de un sueño. Ocurre que Ricardo ha vivido en cierto modo soñando o, en todo caso, alejado de la realidad, colocándose una máscara tras otra. Máscaras que ha ido “quitando” a sus víctimas, a las que ultimó con la intención de apoderarse de sus almas porque él precisamente es (o se siente), un desalmado. Trata de encontrar en otros aquello que le falta, el alma –precisamente- para sentirse y saberse una criatura completa.
Desde “Amores brutales” (su primer libro de cuentos, de 1993), Chernov escribe sobre seres envueltos en miserias y delirios, ansiosos solitarios que buscan al otro de una manera inusual, muchas veces perversa, y que por sus devaneos, sus excesos, suelen provocar, producir, desdichas en derredor.
Ocurre con Ricardo, gemelo de Eduardo, nacido en el caluroso Chaco y salvado por un indígena curandero, el muy anciano pilagá Uro Uña. Se comenta en la novela que la creencia de los aborígenes es que cuando nacen gemelos uno de ellos no posee alma y como es imposible discernir quién es el que sufre ese mal, para evitar que se “endiable” matan a ambos.
Ricardo, que nació con una enfermedad desconocida que le producía una inmovilidad cercana a la muerte, fue salvado por el pilagá quien para eso fumó a fin de que el bebé tosiera. Cuando eso se produjo Uro Uña unió sus labios con los del recién nacido, aspiró profundamente y de esa manera lo volvió a la vida. Aunque de inmediato sostuvo que ese era el gemelo nacido sin alma.
EL JUEGO DE LA AMBIVALENCIA
Chernov juega con la ambivalencia, la ambigüedad de sus afirmaciones. Nunca se termina de saber si el “desalmado” que mata para robar almas ajenas es, efectivamente, un ser demoníaco o en su defecto un patético (también despiadado) asesino serial que apela a explicaciones paranoicas para justificar sus crímenes. En forma recurrente, el narrador argentino se ha referido al amor. Al amor por deseo, al amor por exceso, al amor por carencia, por ausencia.
“El amor siempre me despierta mucha curiosidad” –manifestó, hablando con María Luján Picabea y Guido Carelli Lynch, de “Ñ”, de Argentina, al recibir el premio La otra orilla por “El amante imperfecto”. Ampliando sus conceptos, el autor agregaba: “(El amor) es un fenómeno complejo y extraño, tanto por lo indispensable que resulta para conservarnos con vida como por los extremos de locura a los que nos puede arrastrar. Como normalmente el amor se mezcla en distintas proporciones con el odio, bajo el rótulo ‘amor’ se agrupan afectos de distinto orden, que van desde el altruismo, la generosidad y la sensualidad, hasta la posesión, los celos, el sadismo y la aniquilación del ser amado”.
Estos últimos conceptos pueden ser perfectamente aplicados a Ricardo y –de manera especial- respecto de la ambigua relación que mantiene con Eduardo, en quien se ve reflejado. Ambos, jóvenes y de buen pasar económico, han vivido una existencia armónica, podría decirse de pareja aunque haya estado ausente la relación sexual.
Sin embargo, mientras Eduardo se sumerge en los peligrosos caminos del juego y la droga, Ricardo –recibido de médico- comienza a buscar en las salas de guardia de los hospitales públicos a sus primeras víctimas. Esas acciones que al tiempo de excitarlo lo avergüenzan, van mutando su carácter, obligándolo a callar delitos y emociones y, en definitiva, a alejarse de su hermano.
UN HUMOR MUY PERSONAL
Chernov, quien sabe sacar partida a sus peculiares criaturas, apela a un humor muy personal, nunca totalmente explicitado pero casi siempre presente en sus textos. Humor punzante, que puede tornarse tan negro como feroz. Ocurre en las descripciones de los asesinatos perpetrados por Ricardo.
Este, aprovechando su condición de médico de guardia, mata a los enfermos agónicos, tras lo cual adopta algunas de sus costumbres. Así, luego de asesinar a un rumano se vuelve adicto a las cebollas y cuando le llega el turno de matar a una alcohólica él mismo comienza a emborracharse.
La novela se desarrolla con una cierta lentitud –un tanto innecesaria, porque le hace perder ritmo- pero el lector queda “enganchado” porque ante cada acción de Ricardo se pregunta cómo seguirá el relato y, más aún, de qué manera concluirá. En una primera parte todo gira en torno a las acciones de Ricardo y a la relación de los gemelos. En una segunda parte aparecerán, como personajes, la psicóloga Julia Bianco y el abogado Jaime Green Oviedo. Eso ocurrirá después que se dejen tener noticias de Eduardo y de un grave intento de suicidio de su gemelo, quien es declarado insano e internado en un manicomio.
El lector de la novela sabe qué ha ocurrido con Eduardo, dato esencial que no corresponde explicitar aquí, y que por cierto conoce Ricardo quien se encarga de escamotear toda información al respecto, mientras juega con el abogado, un trepador empobrecido que se vuelve su albacea, y con la psicóloga, hacia la que alberga sentimientos contradictorios.
Una visita al pilagá, quien demuestra tener temor hacia Ricardo, más la resolución final de la historia con un nuevo crimen, lleva al asesino serial a una conclusión que lo afirma en cuanto a “arrebatador” de almas, a tener una misión esencial en la vida. Pero Chernov nunca nos dejará totalmente en claro si estamos ante un ser sobrenatural o si, por lo contrario, el desvarío ha llevado a su personaje hacia la última frontera de la locura, de la que no se retorna.
Carlos Roberto Morán
Diario El País
Diario El País
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