Hace ya unos días charlando con Agustín Alzari de libros muy difíciles de conseguir yo le nombré una de las búsquedas más decepcionantes de mi vida: "Tumuto" de José Portogalo. El me mira, se queda atónito y me dice: "hace un par de años que estoy trabajando para reeditarlo y justo hoy sale a la venta el libro". Quedamos los dos perplejos, hablo de esa perplejidad que producen las casualidades, y luego celebramos ese encuentro. A los días me llega el obsequio de la reedición en la que trabajó con tanta pasión durante bastante tiempo. Tratando de respetar el formato apaisado de la edición original, reconstruyendo los dibujos de la edición original, conversando con gente cercana a Portogalo, y buscando en librerías de viejo el libro para poder reproducirlo. Su entusiasmo se contagia fácil y por eso le pedí que me envíe la introducción que escribió para compartir en nuestro blog. Es un honor contar con este texto.
INTRODUCCIÓN
"Jorge Luis Borges cantó las orillas de Villa Ortúzar
pero no vió el incendio en el centro de Villa Ortúzar."
José Portogalo, "Poema escrito en el puño de mi camisa"
La
carrera literaria del poeta José Portogalo no tuvo uno, sino dos
comienzos. El primero, el que corresponde propiamente a su debut,
fue en el año 1933 con Tregua, libro que apareció en la
Colección “Los Poetas”, de la Editorial Claridad. El dato de
quiénes lo publicaron no es menor. La búsqueda inicial de Portogalo
se concentraba en un estrecho ángulo que le permitía filtrar, a
través del patrón formal y sentimental del posmodernismo, la
temática social. En versos medidos y rimados, haciendo uso de un
vocabulario amplio, lleno de exóticos hallazgos, cantaba el poeta a
los albañiles (“ellos son como abejas laboriosas y humildes/
libando el polen fresco de las nubes rizadas”), a los vendedores de
diarios, a los pintores, a los trabajadores de la fundición, al alba
de los obreros.
Hijo
adoptivo de un inmigrante jornalero, ducho desde niño en los rubros
más duros del trabajo (lo cual le había impedido terminar la
escuela), Portogalo desplegaba en Tregua, de manera ejemplar,
la amalgama entre vida y obra que promovía como bandera el grupo de
Boedo. Era un poeta obrero, un hombre redimido cuyos versos podían
medirse con los de cualquier poeta de oficio; pues era en esa
perspectiva, en el horizonte de la alta cultura, que habían sido
facturados.
Distinto
es el otro comienzo que ensayó Portogalo. Fue con Tumulto,
publicado en Buenos Aires por la editorial anarquista Imán, en
noviembre de 1935. El libro reunía un conjunto de veinticinco
poemas, acompañados por ilustraciones y grabados del artista
plástico Demetrio Urruchúa. Tumulto fue el segundo de los
libros de José Portogalo, pero tan grande es la brecha que lo separa
de Tregua, tan desmesurado el modo en que divergen sus formas
y sus intenciones, que es difícil resaltar algún tipo de
continuidad, por fuera de una nominal coincidencia de los temas de
interés y algunos poemas medidos que sobreviven, según parece, sólo
para marcar la excepción.
La
imagen, ante este segundo libro de Portogalo, es la de un autor que
no solo ha barrido las piezas del tablero, sino que la ha emprendido
contra el tablero mismo. Tregua es un libro de poesía.
Tumulto, en cambio, no. O no del todo. O no convencionalmente.
Una sinuosa línea iconoclasta lo recorre, lo tensa, lo mueve de
continuo hacia las fronteras de lo que en su época se entendía por
poesía. Aparece la urgente (y clara) prosa narrativa, la propaganda,
la puteada, el discurso directo, etc.
Se
trata, por el momento, de ilustrar que Tumulto no fue un
desvío de la ruta trazada por Tregua, sino un camino
completamente nuevo e inexplorado. Son varios y de origen diverso los
factores que apuntalan la originalidad intrínseca del libro.
Conociéndolos, podrá comprenderse con mayor claridad su posterior
recorrido, esa anécdota que lo rodea y amenaza con asfixiarlo, donde
se incluyen el premio en el Concurso Municipal de Literatura de
Buenos Aires de 1935, la inmediata y escandalosa prohibición, el
secuestro de los ejemplares distribuidos por parte de los agentes del
intendente Mariano de Vedia y Mitre, las sentencias judiciales, el
prolongado silencio editorial.
¿Qué
pudo haber ocurrido en aquel año y medio que separa los dos libros
como para que se produzca un cambio tan significativo? ¿Fue una
reacción espontánea de Portogalo, o hay factores que permitan
explicarlo? Tumulto, como libro, carece de antecedentes. Sin
embargo, puede notarse alguna familiaridad con “Las Brigadas de
Choque”, el mítico poema de Raúl González Tuñón, cuya
publicación, en agosto de 1933, precipitó el cierre de la revista
Contra. Tuñón sacudía allí el estandarte poético,
demostrando que un poema vanguardista, dinámico, en verso libre y
sin rimas, podía ser también desprejuiciadamente militante. En esa
condición de posibilidad del poema, se cuenta un primer antecedente
para Tumulto. No es descabellado. La amistad, además de una
innegable fraternidad poética y política (vinculada a la
sociabilidad que rodeaba al Partido Comunista Argentino), unía a
estos poetas.
El
alcance del poema de Tuñón, sin embargo, queda supeditado a la
representación del gran drama político. Su calibre es el de un
portentoso cañón que dispara a diestra y siniestra. No es modélico,
en el sentido de que esa grandilocuencia impide pensar que en su
forma quepan los pequeños dramas cotidianos, los sueños truncos, el
cansancio, la memoria sensible de la infancia, el erotismo, todo
aquello que, desbordando lo político, conforma el cuerpo de Tumulto.
El
otro gran antecedente que propicia un nuevo comienzo desde cero en la
poesía de Portogalo, es su lectura de poetas norteamericanos como
Langston Hughes y Carl Sandburg. En sus Poemas de Chicago, de
1916, este último mostraba que todo podía ingresar en la
poesía, sin necesidad de traicionar el universo obrero, ni el pulso
de las grandes urbes. Walt Whitman flotaba en sus poemas, y en el
camino del verso libre, en la búsqueda del ritmo propio, aparecía
impreso el orgullo del self-made-man. Esto sí resultó
modélico. Casi una fascinación para Portogalo, él mismo un
self-made-man, tanto que dedica a Sandburg el séptimo poema
de Tumulto (“Cómo me gustaría haberme hallado en tus años/
junto a tus manos pesadas, ásperas, violentas/ porque con ellas has
hecho todos los oficios –como yo- y has escrito poemas”)
El
sentimiento democrático, de orgullosa igualdad, que impregna esta
poesía norteamericana, es en buena medida el basamento moral de
Tumulto. Es un cambio de fabulosas dimensiones. Ya no se
trataba de ser el obrero redimido que cantaba como cantan los poetas
de oficio, ni de llegar a manejar el lenguaje culto de la alta
poesía. No era necesario ningún salto, ni progreso, sino más bien
lo contrario, mirar alrededor, a Villa Ortúzar, a la ciudad que
dejaba atrás el paso del carro, cantar lo que se veía sin formulas
ni pretensiones, y darse libertad para que las mismas cosas
establezcan su ritmo.
Estas
influencias y la propia escritura del libro se cocían al fuego del
régimen conservador, que se había iniciado en 1930 con el golpe de
Félix Evaristo Uriburu y continuaba con Agustín P. Justo, quien
había arribado a la presidencia a través del fraude. El asedio, la
persecución y la cárcel eran moneda corriente entre los militantes
de izquierda, pertenecieran estos o no al terreno de la cultura.
Tumulto
se publicó, como fue anticipado, a principios de noviembre de 1935.
La plena libertad de la poesía de Portogalo hallaba su
correspondencia en el singular trabajo realizado para el libro por
Demetrio Urruchúa. El pintor y muralista, que años más tarde
fundaría junto con Antonio Berni, Lino Enea Spilimbergo y Manuel
Colmeiro el Taller de Arte Mural, realizando los frescos que aún se
pueden ver en las cúpulas de la Galería Pacífico de Buenos Aires,
logró plasmar en quince pequeñas escenas, con el uso sintético de
la línea, el espíritu de Tumulto. Sus burgueses gordos con
bastón, sus prostitutas, sus soldados armados, el entierro desolador
de un albañil, el baile de una pareja con los torsos desnudos, entre
otros personajes, perfilan con potencia expresiva, plástica, el
mundo en plena ebullición de Tumulto.
El
formato amplio y apaisado de la edición original, que esta primera
reedición emula, no es caprichoso. Cumple, al menos, dos funciones.
Por un lado, admite esos versos extraordinariamente largos que
abundan en los poemas. Por otro, sirve de soporte a los tres
formidables grabados de Urruchúa que aparecen impresos a página
completa. Permite admirarlos a un buen tamaño. El surgimiento
sorpresivo y un tanto aleatorio de estos, genera una pausa, un
rellano, un obligado descanso visual. Tumulto se abre entonces
hacia una experiencia nueva, pasa de lo literario a lo pictórico. El
lector ya no lee, sino que ve.
No
está demás mencionar que el resultado de ese dialogo de lenguajes
figura entre los méritos mayores del libro. Pues no se detiene allí.
En un giro quijotesco, Urruchúa, el pintor, aparece como personaje
de poemas que él mismo está ilustrando:
Mi
ciudad: La de las grandes riquezas y las grandes miserias
La
de los grandes chantajistas de guante color patito:
Gerentes
de banco. Presidentes de asociaciones patrióticas.
Directores
de grandes rotativos. Críticos de Arte. Periodistas.
Urruchúa
los pintaría con una ganzúa en los labios
o
colgados de unos mechinales con una soga al cuello.
¿No
es cierto Urruchúa? —Urruchúa es el más grande pintor de mi
ciudad.
La
respuesta (dibujada) que da el artista, puede el lector encontrarla
al final del poema “Un poema a las 6 de la mañana”, al cual
pertenecen los versos transcriptos.
Paralelamente
a la publicación del libro, José Portogalo envía una copia al
Concurso Municipal de Literatura, el mismo que habían ganado en su
momento Tuñón y Jorge Luis Borges. Por aquel entonces, el primer
premio era de 5000 pesos, el segundo de 3000 y el tercero de 2000.
Para tener una medida, Tumulto lleva impreso el precio en la
contratapa: $1 por ejemplar. Se trataba, sin dudas, del premio más
importante y prestigioso de la Argentina.
El 8
de noviembre de ese mismo año, aparece en el diario La Nación una
breve nota mencionando que los autores participantes del certamen se
habían reunido, y habían elegido a Cesar Tiempo para representarlos
dentro del jurado. A esta singularidad del concurso, hay que sumarle
otra, la presencia en calidad de jurado de un concejal oficialista,
en caso el conservador Lizardo Molina Carranza, y un concejal
socialista, Juan Unamuno. La lista de jurados se completaba con
Leopoldo Marechal, el poeta Horacio Rega Molina, Arturo Giménez
Pastor y Salvador Oría.
Once
días más tarde, otra nota en el mismo matutino informa de una
reunión en el despacho del Secretario de Hacienda porteño, en la
cual el jurado constituido había designado como secretario a Cesar
Tiempo, además de distribuirse las más de sesenta obras
presentadas.
Naturalmente,
cabe preguntarse qué chances tenía en ese concurso oficial un libro
como Tumulto, con sus muchachas de barrio desnudas panza
arriba a punto de ser poseídas por sus amantes furtivos, sus
generales que miran angelitos invertidos con apetito sexual, sus
insultos a los burgueses, sus monjas calientes, sus proletarios
rebeldes y las valijas de los viajeros católicos cargadas de
dinamita (el año anterior se había celebrado en Buenos Aires el
multitudinario Congreso Internacional Eucarístico). Se necesitaba
poco menos que un milagro para conseguir que triunfe.
Allí
es donde interviene Cesar Tiempo, a la sazón secretario del jurado
y amigo personal de Portogalo. Había sido él quien cinco años
antes lo presentara a Antonio Zamora, director de Editorial Claridad,
de cuyo vínculo surgió la publicación de Tregua y las
múltiples colaboraciones del poeta en la revista Claridad. La
inagotable veta bromística de Tiempo, que ya había parido a la
poetisa Clara Beter, retornaba una vez más para darle un giro
imprevisto, novelesco, a los hechos.
Desde
un principio, según relata él mismo en una nota de homenaje a
Portogalo publicada el 2 de julio de 1972 en el diario La Opinión,
sostuvo dentro del jurado que el tercer premio de poesía debía ser
para Tumulto. Otros miembros se inclinaban por un libro de
Jorge Obligado, hermano de Carlos, poeta de posición económica
desahogada. La discusión era intensa. El argumento de Tiempo, muy
boedista por cierto, era que el Premio Municipal debía servir de
estímulo a ciudadanos que, como Portogalo, se ganaban el pan con el
sudor de su frente, además de escribir versos. Era un modo ejemplar
de inducirlos a perseverar en el camino de la cultura. La consigna
prendió. Rega Molina y Unamuno lo apoyarían. Un voto más, y el
premio sería para Portogalo. La discusión parecía estancarse,
enfrentando a Tiempo con quienes no les importaba en absoluto el
origen del autor y fijaban en cambio su mirada en el valor intrínseco
de la obra. En un momento, Molina Carranza, el concejal conservador,
lo frena y le pregunta si había leído el libro. Rápido de
reflejos, Tiempo notó que se abría una brecha: cabía la
posibilidad de que su interlocutor no lo hubiese hecho. Siquiera en
forma potencial, la palmaria vagancia del concejal conservador le
brindaba una oportunidad única, que no desaprovecharía. “¿Cómo
no lo voy a leer? —Asegura que le contestó— Es sensacional.
Poesía auténtica”. La respuesta, decisiva, confirmó su sospecha.
“Yo lo voy apoyar”, dijo Molina Carranza.
El
jueves 23 de abril de 1936, La Nación publicó una extensa nota con
los resultados del concurso, encabezada con el retrato fotográfico
de los ganadores. Uno solo sonreía. Era José Portogalo. El joven
“obrero y poeta”, tal como se lo definía, había obtenido
finalmente el tercer premio de poesía del Concurso Municipal de
1935. “El Sr. Portogalo —proseguía la noticia— canta con
espíritu rebelde la ansiedad de los proletarios, en versos fogosos y
a veces encendidos de fiebre revolucionaria.”
En
esa misma nota del diario La Opinión, Cesar Tiempo reconstruye lo
que falta: “Al día siguiente la noticia del premio se publica en
La Nación. De Vedia y Mitre (intendente de Buenos Aires) lo llama
enseguida a Molina Carranza, que era concejal de su partido, y le
dice:
- Le voy a leer una poesía, ¿qué le parece?
Y le
lee un poema de Tumulto donde Pepe se orinaba en las pilas de
agua bendita, y otros exabruptos por el estilo.
- ¡Esto es un horror, caramba! — exclamó Molina Carranza.
- No sólo es un horror — le respondió de Vedia y Mitre—, sino que, además, usted lo ha votado para uno de los premios municipales. ¿Cómo es eso, concejal? Lo ha estimulado con dineros de la Municipalidad ¿Cómo es eso?
- Retiro la firma ¡retiro la firma!”
El
alcance del chasco fue formidable, pero también sus consecuencias.
El intendente, que aparece mencionado en el libro, pues tenía
reputación de hombre de letras, hizo del caso una causa ejemplar.
Ordenó a los agentes municipales secuestrar los ejemplares de las
librerías y entabló un tenaz acoso judicial contra el autor. El
motivo aducido era el de “ultraje al pudor”. No se iba a tolerar
el erotismo obrero de Tumulto. Pero eso no era todo, no podía
serlo. Bajo el manto de esa acusación escandalosa, se escondían los
otros ultrajes del libro. El ultraje a la imagen de la capital
pujante en “Habitante de Buenos Aires”; a la Iglesia, a Cristo y
a Dios en “Mitín”; el ultraje al periodismo en “Poema
Caminando”; a la poesía en “En poema escrito en el puño de mi
camisa”; a la burguesía, al ejército, a los trust
multinacionales, a los radicales, a la democracia y sus buenas
costumbres en “Cartel”.
Un
año más tarde, en noviembre de 1937, aparece una solicitada de
apoyo a Portogalo en la revista Unidad, que dirigía el por
entonces comunista Rodolfo Puigross. Llevaba la firma de Emilio
Troise, secretario de la AIAPE (una agrupación de intelectuales,
artistas, periodistas y escritores en contra del fascismo a la que
pertenecían, entre tantos otros, los poetas Raúl González Tuñón,
Cesar Tiempo, Álvaro Yunque y Juan L. Ortiz, y los pintores Antonio
Berni y Lino Enea Spilimbergo). La declaración, de la que
transcribiremos un pasaje, repone, además de los datos de la
acuciante situación de Portogalo, el verdadero motivo de la
persecución que aludíamos en el párrafo anterior: "Ignoramos
si pertenece a Partido o credo determinado. Conocemos su libro y su
talento, simplemente. Y es ese libro y ese talento, lo que se procesa
y persigue enmarañando tendenciosamente los conceptos, podando
esperanzas y nivelando mediocremente las ideas. Condenado por la
justicia a sufrir un año de prisión, en forma condicional, aun no
se termina ese trámite. Se abre un nuevo juicio para privarlo de su
ciudadanía argentina. Y ahora ya no se trata de un poeta, ni de un
libro. Se trata de un hombre, cuya cédula de identidad se resume en
estos términos: José Portogalo, 33 años de edad; 29 de residencia;
15 de ciudadanía."
Portogalo
debió abandonar Villa Ortúzar, el barrio porteño que está en el
centro de Tumulto. Vivió un tiempo en Córdoba, otro en
Rosario, y luego, cuando ocurrió el golpe militar de 1943, se exilió
en el Uruguay, donde trabajó como periodista. Años más tarde,
regresó a Buenos Aires y permaneció allí hasta su muerte, ocurrida
en el año 1973. No dejó de escribir, ni de publicar, pero su
poesía, en un nuevo giro, retomó el derrotero de Tregua. Se
ignoran los motivos, pero no es difícil inferir que el escándalo y
la persecución hayan hecho mella. De manera incidental, puede haber
contribuido el cambio de táctica del comunismo (ideología a la que
Portogalo comenzó a adherir a partir de aquellos años), quienes
abandonado la “lucha de clases” se concentraban, después de
1935, en la formación de “frentes populares”, obturando de este
modo, al interior de sus filas, la insistencia en una estética de
franco ataque a las fuerzas burguesas. Sea por estos u otros
motivos, Portogalo retornó al verso medido, a un lenguaje más
convencionalmente poético en el que logró, sin dudas, destacarse.
Sus libros Poemas con habitantes, de 1955, y Letras para
Juan Tango, de 1958, representan los puntos más altos de esa
propuesta.
Tumulto
se posiciona, en vistas de la obra completa del poeta, como un libro
aislado. Tan profundo cala esta conciencia de la diferencia que queda
afuera de la antología Poemas (1933-1955), que reunía la
“totalidad” de sus libros publicados hasta el momento. Si, tal
como lo declara Emilio Soto en la introducción al volumen, se trata
de una autoantología, es dable inferir en Portogalo alguna clase de
arrepentimiento respecto de Tumulto, cuya marca sería la
perpetuación en el tiempo, ante reiterados ofrecimientos, de la
negación de volver a editarlo.
Devenido
en rareza bibliográfica, en perla de catálogo para libreros de
antiguos, Tumulto perdió sus lectores, y con ellos su rumbo,
su fuerza y su destino. Nosotros, los lectores, también nos perdimos
de algo en estos setenta y siete años: un poeta que canta a las
lectoras de Arlt, que cambia a Lugones por los versos de Hughes y
hermana a Carriego con la revolución; mientras observa, sonriente,
la chispa, el fuego, el incendio del centro de Villa Ortúzar.
AGUSTÍN ALZARI
No hay comentarios:
Publicar un comentario