viernes, 20 de julio de 2012

Hace ya unos días charlando con Agustín Alzari de libros muy difíciles de conseguir yo le nombré una de las búsquedas más decepcionantes de mi vida: "Tumuto" de José Portogalo. El me mira, se queda atónito y me dice: "hace un par de años que estoy trabajando para reeditarlo y justo hoy sale a la venta el libro". Quedamos los dos perplejos, hablo de esa perplejidad que producen las casualidades, y luego celebramos ese encuentro. A los días me llega el obsequio de la reedición en la que trabajó con tanta pasión durante bastante tiempo. Tratando de respetar el formato apaisado de la edición original, reconstruyendo los dibujos de la edición original, conversando con gente cercana a Portogalo, y buscando en librerías de viejo el libro para poder reproducirlo. Su entusiasmo se contagia fácil y por eso le pedí que me envíe la introducción que escribió para compartir en nuestro blog. Es un honor contar con este texto.





INTRODUCCIÓN



"Jorge Luis Borges cantó las orillas de Villa Ortúzar
pero no vió el incendio en el centro de Villa Ortúzar."

José Portogalo, "Poema escrito en el puño de mi camisa"


La carrera literaria del poeta José Portogalo no tuvo uno, sino dos comienzos. El primero, el que corresponde propiamente a su debut, fue en el año 1933 con Tregua, libro que apareció en la Colección “Los Poetas”, de la Editorial Claridad. El dato de quiénes lo publicaron no es menor. La búsqueda inicial de Portogalo se concentraba en un estrecho ángulo que le permitía filtrar, a través del patrón formal y sentimental del posmodernismo, la temática social. En versos medidos y rimados, haciendo uso de un vocabulario amplio, lleno de exóticos hallazgos, cantaba el poeta a los albañiles (“ellos son como abejas laboriosas y humildes/ libando el polen fresco de las nubes rizadas”), a los vendedores de diarios, a los pintores, a los trabajadores de la fundición, al alba de los obreros.

Hijo adoptivo de un inmigrante jornalero, ducho desde niño en los rubros más duros del trabajo (lo cual le había impedido terminar la escuela), Portogalo desplegaba en Tregua, de manera ejemplar, la amalgama entre vida y obra que promovía como bandera el grupo de Boedo. Era un poeta obrero, un hombre redimido cuyos versos podían medirse con los de cualquier poeta de oficio; pues era en esa perspectiva, en el horizonte de la alta cultura, que habían sido facturados.

Distinto es el otro comienzo que ensayó Portogalo. Fue con Tumulto, publicado en Buenos Aires por la editorial anarquista Imán, en noviembre de 1935. El libro reunía un conjunto de veinticinco poemas, acompañados por ilustraciones y grabados del artista plástico Demetrio Urruchúa. Tumulto fue el segundo de los libros de José Portogalo, pero tan grande es la brecha que lo separa de Tregua, tan desmesurado el modo en que divergen sus formas y sus intenciones, que es difícil resaltar algún tipo de continuidad, por fuera de una nominal coincidencia de los temas de interés y algunos poemas medidos que sobreviven, según parece, sólo para marcar la excepción.

La imagen, ante este segundo libro de Portogalo, es la de un autor que no solo ha barrido las piezas del tablero, sino que la ha emprendido contra el tablero mismo. Tregua es un libro de poesía. Tumulto, en cambio, no. O no del todo. O no convencionalmente. Una sinuosa línea iconoclasta lo recorre, lo tensa, lo mueve de continuo hacia las fronteras de lo que en su época se entendía por poesía. Aparece la urgente (y clara) prosa narrativa, la propaganda, la puteada, el discurso directo, etc.

Se trata, por el momento, de ilustrar que Tumulto no fue un desvío de la ruta trazada por Tregua, sino un camino completamente nuevo e inexplorado. Son varios y de origen diverso los factores que apuntalan la originalidad intrínseca del libro. Conociéndolos, podrá comprenderse con mayor claridad su posterior recorrido, esa anécdota que lo rodea y amenaza con asfixiarlo, donde se incluyen el premio en el Concurso Municipal de Literatura de Buenos Aires de 1935, la inmediata y escandalosa prohibición, el secuestro de los ejemplares distribuidos por parte de los agentes del intendente Mariano de Vedia y Mitre, las sentencias judiciales, el prolongado silencio editorial.

¿Qué pudo haber ocurrido en aquel año y medio que separa los dos libros como para que se produzca un cambio tan significativo? ¿Fue una reacción espontánea de Portogalo, o hay factores que permitan explicarlo? Tumulto, como libro, carece de antecedentes. Sin embargo, puede notarse alguna familiaridad con “Las Brigadas de Choque”, el mítico poema de Raúl González Tuñón, cuya publicación, en agosto de 1933, precipitó el cierre de la revista Contra. Tuñón sacudía allí el estandarte poético, demostrando que un poema vanguardista, dinámico, en verso libre y sin rimas, podía ser también desprejuiciadamente militante. En esa condición de posibilidad del poema, se cuenta un primer antecedente para Tumulto. No es descabellado. La amistad, además de una innegable fraternidad poética y política (vinculada a la sociabilidad que rodeaba al Partido Comunista Argentino), unía a estos poetas.

El alcance del poema de Tuñón, sin embargo, queda supeditado a la representación del gran drama político. Su calibre es el de un portentoso cañón que dispara a diestra y siniestra. No es modélico, en el sentido de que esa grandilocuencia impide pensar que en su forma quepan los pequeños dramas cotidianos, los sueños truncos, el cansancio, la memoria sensible de la infancia, el erotismo, todo aquello que, desbordando lo político, conforma el cuerpo de Tumulto.

El otro gran antecedente que propicia un nuevo comienzo desde cero en la poesía de Portogalo, es su lectura de poetas norteamericanos como Langston Hughes y Carl Sandburg. En sus Poemas de Chicago, de 1916, este último mostraba que todo podía ingresar en la poesía, sin necesidad de traicionar el universo obrero, ni el pulso de las grandes urbes. Walt Whitman flotaba en sus poemas, y en el camino del verso libre, en la búsqueda del ritmo propio, aparecía impreso el orgullo del self-made-man. Esto sí resultó modélico. Casi una fascinación para Portogalo, él mismo un self-made-man, tanto que dedica a Sandburg el séptimo poema de Tumulto (“Cómo me gustaría haberme hallado en tus años/ junto a tus manos pesadas, ásperas, violentas/ porque con ellas has hecho todos los oficios –como yo- y has escrito poemas”)

El sentimiento democrático, de orgullosa igualdad, que impregna esta poesía norteamericana, es en buena medida el basamento moral de Tumulto. Es un cambio de fabulosas dimensiones. Ya no se trataba de ser el obrero redimido que cantaba como cantan los poetas de oficio, ni de llegar a manejar el lenguaje culto de la alta poesía. No era necesario ningún salto, ni progreso, sino más bien lo contrario, mirar alrededor, a Villa Ortúzar, a la ciudad que dejaba atrás el paso del carro, cantar lo que se veía sin formulas ni pretensiones, y darse libertad para que las mismas cosas establezcan su ritmo.

Estas influencias y la propia escritura del libro se cocían al fuego del régimen conservador, que se había iniciado en 1930 con el golpe de Félix Evaristo Uriburu y continuaba con Agustín P. Justo, quien había arribado a la presidencia a través del fraude. El asedio, la persecución y la cárcel eran moneda corriente entre los militantes de izquierda, pertenecieran estos o no al terreno de la cultura.

Tumulto se publicó, como fue anticipado, a principios de noviembre de 1935. La plena libertad de la poesía de Portogalo hallaba su correspondencia en el singular trabajo realizado para el libro por Demetrio Urruchúa. El pintor y muralista, que años más tarde fundaría junto con Antonio Berni, Lino Enea Spilimbergo y Manuel Colmeiro el Taller de Arte Mural, realizando los frescos que aún se pueden ver en las cúpulas de la Galería Pacífico de Buenos Aires, logró plasmar en quince pequeñas escenas, con el uso sintético de la línea, el espíritu de Tumulto. Sus burgueses gordos con bastón, sus prostitutas, sus soldados armados, el entierro desolador de un albañil, el baile de una pareja con los torsos desnudos, entre otros personajes, perfilan con potencia expresiva, plástica, el mundo en plena ebullición de Tumulto.



El formato amplio y apaisado de la edición original, que esta primera reedición emula, no es caprichoso. Cumple, al menos, dos funciones. Por un lado, admite esos versos extraordinariamente largos que abundan en los poemas. Por otro, sirve de soporte a los tres formidables grabados de Urruchúa que aparecen impresos a página completa. Permite admirarlos a un buen tamaño. El surgimiento sorpresivo y un tanto aleatorio de estos, genera una pausa, un rellano, un obligado descanso visual. Tumulto se abre entonces hacia una experiencia nueva, pasa de lo literario a lo pictórico. El lector ya no lee, sino que ve.

No está demás mencionar que el resultado de ese dialogo de lenguajes figura entre los méritos mayores del libro. Pues no se detiene allí. En un giro quijotesco, Urruchúa, el pintor, aparece como personaje de poemas que él mismo está ilustrando:

Mi ciudad: La de las grandes riquezas y las grandes miserias
La de los grandes chantajistas de guante color patito:
Gerentes de banco. Presidentes de asociaciones patrióticas.
Directores de grandes rotativos. Críticos de Arte. Periodistas.

Urruchúa los pintaría con una ganzúa en los labios
o colgados de unos mechinales con una soga al cuello.
¿No es cierto Urruchúa? —Urruchúa es el más grande pintor de mi ciudad.


La respuesta (dibujada) que da el artista, puede el lector encontrarla al final del poema “Un poema a las 6 de la mañana”, al cual pertenecen los versos transcriptos.

Paralelamente a la publicación del libro, José Portogalo envía una copia al Concurso Municipal de Literatura, el mismo que habían ganado en su momento Tuñón y Jorge Luis Borges. Por aquel entonces, el primer premio era de 5000 pesos, el segundo de 3000 y el tercero de 2000. Para tener una medida, Tumulto lleva impreso el precio en la contratapa: $1 por ejemplar. Se trataba, sin dudas, del premio más importante y prestigioso de la Argentina.

El 8 de noviembre de ese mismo año, aparece en el diario La Nación una breve nota mencionando que los autores participantes del certamen se habían reunido, y habían elegido a Cesar Tiempo para representarlos dentro del jurado. A esta singularidad del concurso, hay que sumarle otra, la presencia en calidad de jurado de un concejal oficialista, en caso el conservador Lizardo Molina Carranza, y un concejal socialista, Juan Unamuno. La lista de jurados se completaba con Leopoldo Marechal, el poeta Horacio Rega Molina, Arturo Giménez Pastor y Salvador Oría.

Once días más tarde, otra nota en el mismo matutino informa de una reunión en el despacho del Secretario de Hacienda porteño, en la cual el jurado constituido había designado como secretario a Cesar Tiempo, además de distribuirse las más de sesenta obras presentadas.

Naturalmente, cabe preguntarse qué chances tenía en ese concurso oficial un libro como Tumulto, con sus muchachas de barrio desnudas panza arriba a punto de ser poseídas por sus amantes furtivos, sus generales que miran angelitos invertidos con apetito sexual, sus insultos a los burgueses, sus monjas calientes, sus proletarios rebeldes y las valijas de los viajeros católicos cargadas de dinamita (el año anterior se había celebrado en Buenos Aires el multitudinario Congreso Internacional Eucarístico). Se necesitaba poco menos que un milagro para conseguir que triunfe.

Allí es donde interviene Cesar Tiempo, a la sazón secretario del jurado y amigo personal de Portogalo. Había sido él quien cinco años antes lo presentara a Antonio Zamora, director de Editorial Claridad, de cuyo vínculo surgió la publicación de Tregua y las múltiples colaboraciones del poeta en la revista Claridad. La inagotable veta bromística de Tiempo, que ya había parido a la poetisa Clara Beter, retornaba una vez más para darle un giro imprevisto, novelesco, a los hechos.

Desde un principio, según relata él mismo en una nota de homenaje a Portogalo publicada el 2 de julio de 1972 en el diario La Opinión, sostuvo dentro del jurado que el tercer premio de poesía debía ser para Tumulto. Otros miembros se inclinaban por un libro de Jorge Obligado, hermano de Carlos, poeta de posición económica desahogada. La discusión era intensa. El argumento de Tiempo, muy boedista por cierto, era que el Premio Municipal debía servir de estímulo a ciudadanos que, como Portogalo, se ganaban el pan con el sudor de su frente, además de escribir versos. Era un modo ejemplar de inducirlos a perseverar en el camino de la cultura. La consigna prendió. Rega Molina y Unamuno lo apoyarían. Un voto más, y el premio sería para Portogalo. La discusión parecía estancarse, enfrentando a Tiempo con quienes no les importaba en absoluto el origen del autor y fijaban en cambio su mirada en el valor intrínseco de la obra. En un momento, Molina Carranza, el concejal conservador, lo frena y le pregunta si había leído el libro. Rápido de reflejos, Tiempo notó que se abría una brecha: cabía la posibilidad de que su interlocutor no lo hubiese hecho. Siquiera en forma potencial, la palmaria vagancia del concejal conservador le brindaba una oportunidad única, que no desaprovecharía. “¿Cómo no lo voy a leer? —Asegura que le contestó— Es sensacional. Poesía auténtica”. La respuesta, decisiva, confirmó su sospecha. “Yo lo voy apoyar”, dijo Molina Carranza.

El jueves 23 de abril de 1936, La Nación publicó una extensa nota con los resultados del concurso, encabezada con el retrato fotográfico de los ganadores. Uno solo sonreía. Era José Portogalo. El joven “obrero y poeta”, tal como se lo definía, había obtenido finalmente el tercer premio de poesía del Concurso Municipal de 1935. “El Sr. Portogalo —proseguía la noticia— canta con espíritu rebelde la ansiedad de los proletarios, en versos fogosos y a veces encendidos de fiebre revolucionaria.”

En esa misma nota del diario La Opinión, Cesar Tiempo reconstruye lo que falta: “Al día siguiente la noticia del premio se publica en La Nación. De Vedia y Mitre (intendente de Buenos Aires) lo llama enseguida a Molina Carranza, que era concejal de su partido, y le dice:
  • Le voy a leer una poesía, ¿qué le parece?
Y le lee un poema de Tumulto donde Pepe se orinaba en las pilas de agua bendita, y otros exabruptos por el estilo.
  • ¡Esto es un horror, caramba! — exclamó Molina Carranza.
  • No sólo es un horror — le respondió de Vedia y Mitre—, sino que, además, usted lo ha votado para uno de los premios municipales. ¿Cómo es eso, concejal? Lo ha estimulado con dineros de la Municipalidad ¿Cómo es eso?
  • Retiro la firma ¡retiro la firma!”
El alcance del chasco fue formidable, pero también sus consecuencias. El intendente, que aparece mencionado en el libro, pues tenía reputación de hombre de letras, hizo del caso una causa ejemplar. Ordenó a los agentes municipales secuestrar los ejemplares de las librerías y entabló un tenaz acoso judicial contra el autor. El motivo aducido era el de “ultraje al pudor”. No se iba a tolerar el erotismo obrero de Tumulto. Pero eso no era todo, no podía serlo. Bajo el manto de esa acusación escandalosa, se escondían los otros ultrajes del libro. El ultraje a la imagen de la capital pujante en “Habitante de Buenos Aires”; a la Iglesia, a Cristo y a Dios en “Mitín”; el ultraje al periodismo en “Poema Caminando”; a la poesía en “En poema escrito en el puño de mi camisa”; a la burguesía, al ejército, a los trust multinacionales, a los radicales, a la democracia y sus buenas costumbres en “Cartel”.

Un año más tarde, en noviembre de 1937, aparece una solicitada de apoyo a Portogalo en la revista Unidad, que dirigía el por entonces comunista Rodolfo Puigross. Llevaba la firma de Emilio Troise, secretario de la AIAPE (una agrupación de intelectuales, artistas, periodistas y escritores en contra del fascismo a la que pertenecían, entre tantos otros, los poetas Raúl González Tuñón, Cesar Tiempo, Álvaro Yunque y Juan L. Ortiz, y los pintores Antonio Berni y Lino Enea Spilimbergo). La declaración, de la que transcribiremos un pasaje, repone, además de los datos de la acuciante situación de Portogalo, el verdadero motivo de la persecución que aludíamos en el párrafo anterior: "Ignoramos si pertenece a Partido o credo determinado. Conocemos su libro y su talento, simplemente. Y es ese libro y ese talento, lo que se procesa y persigue enmarañando tendenciosamente los conceptos, podando esperanzas y nivelando mediocremente las ideas. Condenado por la justicia a sufrir un año de prisión, en forma condicional, aun no se termina ese trámite. Se abre un nuevo juicio para privarlo de su ciudadanía argentina. Y ahora ya no se trata de un poeta, ni de un libro. Se trata de un hombre, cuya cédula de identidad se resume en estos términos: José Portogalo, 33 años de edad; 29 de residencia; 15 de ciudadanía."

Portogalo debió abandonar Villa Ortúzar, el barrio porteño que está en el centro de Tumulto. Vivió un tiempo en Córdoba, otro en Rosario, y luego, cuando ocurrió el golpe militar de 1943, se exilió en el Uruguay, donde trabajó como periodista. Años más tarde, regresó a Buenos Aires y permaneció allí hasta su muerte, ocurrida en el año 1973. No dejó de escribir, ni de publicar, pero su poesía, en un nuevo giro, retomó el derrotero de Tregua. Se ignoran los motivos, pero no es difícil inferir que el escándalo y la persecución hayan hecho mella. De manera incidental, puede haber contribuido el cambio de táctica del comunismo (ideología a la que Portogalo comenzó a adherir a partir de aquellos años), quienes abandonado la “lucha de clases” se concentraban, después de 1935, en la formación de “frentes populares”, obturando de este modo, al interior de sus filas, la insistencia en una estética de franco ataque a las fuerzas burguesas. Sea por estos u otros motivos, Portogalo retornó al verso medido, a un lenguaje más convencionalmente poético en el que logró, sin dudas, destacarse. Sus libros Poemas con habitantes, de 1955, y Letras para Juan Tango, de 1958, representan los puntos más altos de esa propuesta.

Tumulto se posiciona, en vistas de la obra completa del poeta, como un libro aislado. Tan profundo cala esta conciencia de la diferencia que queda afuera de la antología Poemas (1933-1955), que reunía la “totalidad” de sus libros publicados hasta el momento. Si, tal como lo declara Emilio Soto en la introducción al volumen, se trata de una autoantología, es dable inferir en Portogalo alguna clase de arrepentimiento respecto de Tumulto, cuya marca sería la perpetuación en el tiempo, ante reiterados ofrecimientos, de la negación de volver a editarlo.

Devenido en rareza bibliográfica, en perla de catálogo para libreros de antiguos, Tumulto perdió sus lectores, y con ellos su rumbo, su fuerza y su destino. Nosotros, los lectores, también nos perdimos de algo en estos setenta y siete años: un poeta que canta a las lectoras de Arlt, que cambia a Lugones por los versos de Hughes y hermana a Carriego con la revolución; mientras observa, sonriente, la chispa, el fuego, el incendio del centro de Villa Ortúzar.   

AGUSTÍN ALZARI

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