sábado, 23 de noviembre de 2013

La música de Nietzsche

Gracias a un amigo de la librería al que le conté mi admiración por la revista de poesía EL JABALÍ (que dirigía Daniel Chirom) y de la que me faltan algunos números, empezó una breve historia que me llevó a conseguir un número que le faltaba a mi colección. Por estas cosas de las redes sociales Sebastián Riestra se enteró de mi búsqueda y me ofreció el último número (el 19) que salió con la dirección de Chirom antes de fallecer. Al leerla encontré un muy buen artículo sobre la música compuesta por Friedrich Nietzche que me pareció interesante compartirlo en nuestro blog.



La música de Nietzsche

por Sebastián Riestra



En 1976 se dieron a conocer al mundo las composiciones musicales 
de Nietzsche; escritas durante su juventud, abarcan una gran cantidad
de géneros y constituyen un tesoro que, para muchos, permanece oculto.


“Sin la música, la vida sería un error”, escribió Friedrich Nietzsche en Crepúsculo de los ídolos. La frase no deja ningún espacio para la duda: el gran filósofo alemán nacido en Röcken el 15 de octubre de 1844 y muerto en Weimar el 25 de agosto de 1900, tenía una segunda lengua natal, la que se escribe sobre el pentagrama.Conocida es la íntima relación del pensamiento nietzscheano con la música. Su fervor por la obra y la persona de Richard Wagner, luego transformado en visceral rechazo, dio origen a su primer libro, El nacimiento de la tragedia (1871). En esa obra intensa y seminal, cargada de rasgos poéticos, la apasionada visión de la antigua Grecia que despliega Nietzsche –vertebrada sobre dos conceptos enfrentados, lo “apolíneo” y lo “dionisíaco”– fue clave para que muchos lectores se aproximaran de otro modo, mucho más vital, a un pasado que los manuales de historia han perfumado de naftalina.En El nacimiento de la tragedia –originalmente llamado “El origen de la tragedia a partir del espíritu de la música”– están muchas de las páginas más bellas que sobre la música como arte se hayan escrito. Nietzsche no hablaba del asunto desde afuera: además de un dotado pianista, fue también un estimable compositor.En 1976, el autor de una monumental biografía del filósofo (publicada en español en cuatro tomos por Alianza Editorial) dio a conocer al mundo sus composiciones musicales. Curt Paul Janz, experto si los hay en la vida y obra nietzscheanas, compartía así un legado que permanecía virtualmente desconocido. Distintas grabaciones han registrado más tarde este tesoro oculto.Las composiciones del creador de Así habló Zaratustra, compuestas en su gran mayoría durante la juventud, abarcan varios géneros: obras para piano solista y para piano a cuatro manos, para violín y piano, para piano y voz, para piano y coro, para coro. Jamás incurrió en el rubro orquestal, para el cual todo indica que sus conocimientos técnicos no estaban lo suficientemente desarrollados.Sus gustos musicales, antes del descubrimiento del genio wagneriano, pasaban por compositores anteriores a su propia época: Palestrina, Bach, Haendel, Mozart, Beethoven, Schubert, Schumann. Sin embargo, entre sus preferencias no figuraba Franz (Ferenc) Liszt, el padre de la mujer de Richard Wagner, Cosima (antes, esposa del gran director y pianista Hans von Bülow).Pero después llegaría el deslumbramiento: pese a la resistencia inicial, cayó rendido a los pies de Wagner tras estudiar en 1866 las partituras de Lohengrin y Tristán e Isolda, y sobre todo en una crucial jornada de octubre de 1868, cuando escuchó las oberturas de Tristán y de Los maestros cantores de Nuremberg. “Soy absolutamente incapaz de criticar esa música a sangre fría. Ella hace vibrar cada fibra, cada nervio en mí”, escribió la noche de ese día.Sin embargo, sus intentos como compositor están a años luz de las densas complejidades wagnerianas. Su obra puede ser considerada como el logro de un sólido amateur, que nunca logró trascender la esfera de lo íntimo.Wagner mismo nunca se interesó más que superficialmente por la obra musical de su polémico y talentoso admirador: cuando Nietzsche interpretó al piano para él una de sus miniaturas, el coloso se levantó de su asiento antes de que el filósofo terminara la ejecución. En consonancia con la indiferencia olímpica del creador de Parsifal, Hans von Bülow fue letal con las ilusiones nietzscheanas cuando juzgó la Meditación de Manfred, partitura que Friedrich le había enviado. En una misiva fechada el 24 de julio de 1874, el director –famoso en el ambiente por su pésimo carácter– opinó de manera tajante: “Nunca había visto algo igual en papel pautado. Es una violación de Euterpe (musa de la música)... Aparte del interés psicológico, su «Meditación», desde el punto de vista musical, no tiene otro valor que el que tiene un crimen en el orden moral”.Nietzsche asimilará con dignidad el duro golpe. Pero prácticamente ya no volverá a componer con seriedad. La única excepción destacada a tal regla emanará de su amor por Lou Andreas Salomé. Entusiasmado con un poema de la bella y joven rusa que, más tarde, también seducirá a Rainer Maria Rilke y Sigmund Freud, Gebet an das Leben (“Himno a la vida”) –cuyo texto ve afín con su propio pensamiento–, Nietzsche se sentará ante el piano para ponerle música.




En compact disc


Los registros discográficos de las composiciones de Nietzsche merecen ser recorridos. Sobre todo las canciones entonadas por el legendario barítono berlinés Dietrich Fischer-Dieskau, experto en el repertorio liederístico.
También se consiguen en el mercado, no sin esfuerzo, dos CD’s grabados en Canadá que incluyen composiciones para piano, para piano y voz –femenina y masculina–, para piano y coro y para violín y piano. El nivel de estos trabajos es alto y permite disfrutar sin obstáculos de la ternura y juvenil alegría de las piezas nietzscheanas.Sin grandes ambiciones, pero frescas y no carentes de belleza melódica, estas obras pueden deparar gratos momentos de escucha y complementar felizmente la lectura de sus libros y biografía. Si el paladar no estuviera todo lo entrenado que se necesita para valorar la canción de cámara alemana, tal vez sean las obras para piano –un destacado ejemplo es la extensa Ermanarisch– y sobre todo la deliciosa “Noche de Año Nuevo” (Eine Sylvesternacht), para violín y piano, de 1864, las elecciones más adecuadas para disfrutar de la música del hombre que escribió La genealogía de la moral.“¿Qué quiere de la música mi cuerpo entero? Puesto que no existe el alma... quiere, creo, su alivio: como si todas las funciones animales debieran ser aceleradas por ritmos ligeros, audaces, turbulentos; como si el acero y el plomo de la vida debieran olvidar su pesantez gracias al oro, la ternura y la untuosidad de las melodías. Mi melancolía quiere reposar entre los escondrijos y abismos de la perfección: he ahí por qué tengo necesidad de la música”, escribió en el libro que corona su etapa “positivista”, La ciencia jovial, mejor conocido por La gaya ciencia. Y es que para Nietzsche la música era liberación del yo e integración plena con el universo. Y adonde iba, ella –mujer al fin– lo acompañaba.Si se vuelve a ver una película tan olvidada como controversial, “Más allá del bien y del mal”, de la italiana Liliana Cavani (1977), podrá observarse claramente cómo el piano –presencia habitual en los salones de la época, dado que no existían aún otros medios para reproducir música– acompañó al filósofo durante toda su vida. Incluso durante el largo crepúsculo de la locura que precedió a su muerte, sentarse frente al instrumento le proporcionaba una paz de la cual ya iba a carecer para siempre.Ese amor sin eufemismos fue para él una de sus grandes alegrías y acaso el mayor de sus consuelos (concepto, vale aclarar, que él detestaba cuando se lo relacionaba con la esfera metafísica).Para nosotros, deudores constantes de su valiente genio, el discreto fulgor que emana de su música es otro motivo para sentir agradecimiento hacia quien logró que vida y filosofía se hicieran hermanas.

Sebastián Riestra