sábado, 21 de febrero de 2015

Una entrevista que nos hizo con mucha amabilidad la gente de Eterna Cadencia

Un acto de inconsciencia


por Valeria Tentoni


María de los Angeles Camarasa y Marcelo Rossia abrieron, en marzo de 2010, una librería en Rosario. En ese mismo local donde durante casi veinte años hubo una mercería, ellos repartieron estantes y los cargaron con libros. “Cuando buscábamos el nombre sabíamos que no queríamos nada pretencioso. Buscamos una novela que nos guste a ambos y estuvimos un tiempo dudando entre Los galgos, los galgos de Sara Gallardo y El lugar de Mario Levrero. Nos decidimos por la segunda porque el título era ‘menos literario’ y pasaba desapercibido”, cuentan.


Además de ser una pareja de libreros, lo son en el amor, al igual que los chicos del Club editorial Río Paraná. “Como pareja solemos discutir sobre lo que nos podemos llevar a casa. Es una tensión entre vender y atesorar. Un aprendizaje que va día a día”, explican. Y agregan: “Una librería para nosotros es mantener el equilibrio entre el librero (comerciante) y el librero (lector)”. Si bien, en su mayoría, el material que ofrecen está compuesto por libros usados, “si aparece un lindo título o un lindo proyecto editorial”, lo quieren ahí con ellos. “Lo que nos interesa nuevo es filosofía, psicoanálisis, narrativa, crítica literaria y poesía”.

Les enviamos algunas preguntas y estas fueron sus respuestas:

¿Cómo se convirtieron en lectores?

En mi caso (porque soy el que está escribiendo esto) siempre viví en una casa llena de libros, con mi papá charlábamos siempre de libros y de películas. Recuerdo con cariño mi lectura adolescente de El túnel de Sabato cuando cursaba en un colegio técnico porque tuvo que ver mucho con mi elección por las humanidades. En el caso de Angeles (que está acá a mi lado), ella revisaba los libros de su abuela y se aburría con largas novelas pero a la vez se daba cuenta de que le encantaba leer. La cosa se empezó a poner interesante cuando su papá le regaló novelas de Jack London, Salgari y Socorro de Elsa Bornemann. Eran épocas en que uno no tenía mucho dinero y visitaba librerías de viejo para mirar, desear. Y también refugiarse un poco.

¿Y en libreros? 

Nació como una idea junto a unos amigos de Río IV en una de esas charlas largas sobre cualquier cosa. Era una posibilidad laboral para Angeles ya que yo tenía trabajo. La cuestión fue que apenas empezamos a organizarla me di cuenta de que no iba a poder estar fuera del proyecto y nos convertimos en “socios” por decirlo de alguna manera. Fue una aventura, mínima pero aventura, porque ninguno había sido librero. Ni siquiera comerciante.

¿Cómo fue la apuesta a encarar un proyecto juntos, desde una pareja?

La verdad, y nos vamos dando cuenta mientras te respondemos, es que fue un acto de inconsciencia. No sabíamos si iba a funcionar pero una vez que arrancamos, y después de superar ciertos temores, nos fuimos acomodando. Mezclar pareja y trabajo no parecía una buena idea, pero la verdad es que es una linda manera de compartir los días.

¿Cómo piensan la figura del librero?

En una librería siempre llega gente que sabe mucho más que vos de un tema y si tenés ganas de aprender es un lugar maravilloso para eso. La figura del librero para nosotros es la de alguien que puede aprender de esa gente y hacer que ese conocimiento sirva para que otro se encuentre con lo que estaba buscando.

Y al libro, ¿cómo lo definirían?

Un libro es compañía, una herramienta. Una forma hermosa de acceder al pensamiento de otro y, también, en este momento, tenemos la suerte de que forme parte de nuestro trabajo.

¿Cómo es la relación con los clientes?

No hay un lector. Hay de todo. Es difícil no congeniar con alguien que comparte nuestros gustos. Uno de nuestros lectores predilectos es el que empieza a leer y está explorando. Nos causa una linda envidia saber todo lo que puede llegar a descubrir. También nos encantan los que nos recomiendan títulos y autores, porque desde que abrimos la librería conocimos un montón de literatura a la que no habríamos accedido de otro modo.





¿Cómo es el proceso de encontrar libros usados y elegirlos? ¿Qué buscan en las bibliotecas ajenas para hacer la propia?

Como dice un cliente: “Cuando uno está frente a una biblioteca de otro a punto de comprarla, no hay Internet que valga”. Ahí uno apela a lo que sabe, escuchó por ahí, solapeó o intuyó. Es un vértigo, porque uno se deja llevar por prejuicios que luego no sabe si serán retribuidos. Cada compra de libros es una apuesta, un acto de fe.

¿Cómo definirían el perfil de sus estantes?

Nos gusta saber que elegimos cada libro que hay en nuestros estantes y que siempre hay algo poco frecuente en cada sección. Apenas abrimos estábamos contentos con nuestra selección y se dio que compramos el stock de una librería que iba a cerrar. Como en ese caso no elegimos nosotros el material, la librería se nos puso ajena, rara, y estuvimos deprimidos un par de días porque no habíamos respetado el principio de elegir nosotros cada libro. De ahí en más nos hemos vuelto bastante estrictos respecto a eso. Nos gusta jugar con la idea de que si un día tenemos que cerrar la librería, estos libros bien podrían ser nuestra biblioteca porque nos gusta lo que tenemos.

¿Cómo encuentran el circuito de librerías en Rosario?

Rosario es una ciudad que tiene muy lindas librerías y un público ávido. Hay una tradición grande de librerías de usados en la ciudad, tradición a la que nos encanta sumarnos. Nos llevamos aceptablemente bien entre todas e incluso desde hace unos años organizamos juntos una Feria de Librería de Viejo cada seis meses que funciona muy pero muy bien.

¿Y de editoriales?

Hay un movimiento muy interesante, gente con ganas de aportar nuevos escritores, gente que quiere traducir a olvidados. Se nota que están pasando cosas a ese nivel.

¿Cómo es el vínculo entre los libros de su casa, la biblioteca de su casa y la de la librería? Hay fotos que dan cuenta de que a veces su casa se convierte en depósito también, ¿no?

Una vez nos dijo un colega de Parque Rivadavia que cuando abrís una librería no hay más biblioteca personal. Nos dimos cuenta de que algo de eso hay pero que a la vez no es tan así. Lo que sí nos pasó es que nuestra biblioteca se volvió más amplia y menos fija. Pasan muchos libros por ella, algunos se quedan, otros son leídos rápido y con algo de culpa por haberlos sacado de la librería. Nuestra casa se convirtió durante unos meses (demasiados) en un depósito, pero por suerte este año pudimos armar un lugar donde guardar todos los libros que no entran en nuestra librería y nuestra casa empezó a parecerse a una casa: ¡ahora tenemos un comedor!

¿Qué es lo mejor de su trabajo? ¿Y lo peor?

Lo más lindo es trabajar con algo que te gusta, sentir que estás viviendo de algo que disfrutás hacer. Aprender siempre algo nuevo. Lo peor de este trabajo es cuando te das cuenta que comparte muchas cosas con otras actividades comerciales. El trato permanente con gente a veces te encuentra cansado y con poca paciencia y tenés que lidiar con eso. En esos momentos recordás lo lindo que es estar entre libros y se te pasa.

jueves, 22 de enero de 2015

Sobre la novela "La Capital" de Eça de Queiros

Esta semana en Librería El Lugar recomendamos la novela "La Capital" del escritor portugués Eça de Queirós y compartimos esta reseña con ustedes.





¿Puede, a estas alturas, seguir interesando la novela del provinciano que llega a la ciudad en busca de fortuna y gloria, y nada menos que en teatro, en poesía y en periodismo, como el (más vivo que nunca) Lucien de Rubempré de las Ilusiones perdidas, de Balzac?


Pues sí, sí puede.


Averiguar por qué es lo que va revelando lo extraordinario de esa proeza. Bien es verdad que es de Eça de Queiroz, que consiguió otras semejantes en obras igualmente arquetípicas como El primo Basilio o Los Maias.


La capital es una novela de casi un género que podríamos llamar “del desencanto urbano”, en la tradición generalizada de la novela clásica –Dickens, Dumas y entre otros Balzac, que esta novela cita con regularidad en lo que no puede ser sino un guiño– en la que un provinciano llega a la metrópoli, “la capital”, para dejarse ahí con rapidez y entusiasmo la inocencia, el talento, si alguna vez lo tuvo, la virginidad, si la traía, y por supuesto y ante todo su dinero. El cine es también deudor de esa tradición.


Y respetando escrupulosamente los pasos y los personajes casi arquetípicos: las inocentes y piadosas tías y la buena chica de la provincia de origen, los cagatintas y poetastros que en la capital le hacen la pelota al incauto para sablearlo, el colega periodista que sólo por existir ya quita cualquier gana de volver a leer un periódico, y la vicetiple de oscura belleza, astuta y sin escrúpulos, aquí una fulana española a quien no remuerde exprimir al héroe con unas “malas artes de mujer” de los tiempos en que no existía aún lo políticamente incorrecto: seguro que a Eça lo tienen marginado en alguna cátedra de literatura de la costa Este. Es divertido ver que en Eça de Queirós lo español, siempre potente y prestigioso, cumple con la imagen de alto riesgo que desempeña lo parisino en las novelas de Pérez Galdós, como Fortunata y Jacinta, y otras de la época.


¿Entonces? ¿Por qué seguimos leyendo si, como espectadores de opereta, o de películas de óscar, sabemos qué va a ocurrir? Pues por lo de siempre, que es tan raro de encontrar: por la bondad de la orquesta, el solista y el director. Como siempre con Eça de Queirós –y con todos los buenos escritores–, lo que sin pausa llama la atención es la calidad, que no desfallece nunca, en ritmo, prosa, personajes y hasta trama, aunque la podamos prever porque casi cumple el guión del arquetipo. Quizá lo único que chirría –sólo un instante– es la ingenuidad del héroe, Artur Corvelo, que parece preso del encantamiento de su propia ingenuidad –porque tonto no es– y tampoco desfallece nunca.


¿No recuerda mucho al Quijote y a Madame Bovary, presos ambos de su idealismo…? Es en cierto modo el de cualquier literatura digna de ese nombre, esto es, cualquiera que no pretenda ofrecer como arte la simple fotocopia de la realidad para que el lector se sienta héroe de Homero. U Homero mismo, puesto que a su alcance siempre estará decir: “¡Eso también lo hago yo!”, como el hombrecito que así criticaba en el circo el número de los leones. Y cuando al fin, harto ya, el Tarzán que se jugaba la vida metiendo la cabeza entre las fauces de los animales le grita “¡Pues baje y hágalo!”, el hombrecito baja a la arena y se pone a rugir.


Es decir que la ingenuidad, la inocencia de Artur Corvelo, empeñado en ver una metrópoli en la casposa Lisboa de los libreros mezquinos y la reventa de entradas (aunque recuerde a París); un Parnaso en las pleonásticas reuniones de los poetrastros; el ideal alcanzable de una Beatrice en las tretas y coqueterías de su vicetiple; conspiraciones revolucionarias en los tediosos mítines de los políticos de partido; y poco menos que los bailes de Ana Karenina en las aburridas reuniones de los burgueses tacaños y olorosos a puro. Sin duda esa persistencia en el error, o en el ideal, si se prefiere, es una demostración, casi un alarde. Si alguna vez un chico preguntara; “¿Qué es la literatura?”, podríamos contestarle: eso. Pero no La capital, siéndolo. Sino la poesía en los ojos de Artur Corvelo, que le hace ver el mundo ya transformándolo. Una mirada de poeta.

por PEDRO SORELA