martes, 25 de octubre de 2011

Los horrores de la guerra y sus representaciones fotográficas

Hace unos días chalábamos en la librería con Gabriela De Cicco sobre el excelente libro de Susan Sontag: "Ante el dolor de los demás" y nos quejábamos de la decisión de Alfaguara de editar un libro sobre fotografías sin las fotografías aludidas. Como reparación Gabriela había escrito un comentario para RIMA (Red Informativa de Mujeres de Argentina) con los links de las imágenes. Me sugirió publicarlo en el blog de la librería y me dije ¿cómo no regalarle a nuestros lectores ese cariñoso trabajo de "completar" un libro? Así que acá va el regalo de nuestra amiga para que juntos homenajeemos a Susan Sontag y su excelente libro.




Los horrores de la guerra y sus representaciones fotográfica

por Gabriela De Cicco

El presente texto es un comentario del libro de Susan Sontag «Ante el dolor de los demás», Ed. Alfaguara, 2003, Argentina.


No es la primera vez que Susan Sontag (1933) se dedica a reflexionar sobre la fotografía, ya lo hizo en 1977 con su libro de ensayos «On photography». Tampoco es la primera vez que escribe sobre las atrocidades de la guerra. Pero en este nuevo libro, «Ante el dolor de los demás», nos propone un recorrido histórico por las representaciones fotográficas de los horrores de la guerra. Para hacerlo toma como punto de partida el ya clásico texto de la escritora inglesa Virginia Woolf, «Tres Guineas», publicado en junio de 1938.


En ese libro la autora dio un intento de respuesta tardía a una pregunta que le formuló un abogado londinense: «¿Cómo hemos de evitar la guerra en su opinión?». Woolf basa su análisis y disquisición en las fotos que fue recibiendo de la guerra civil española. Sontag nos recuerda que este libro fue el que menos disfrutó de un buen recibimiento. No era para menos ya que allí Virginia Wolf «propuso un original enfoque sobre algo que se tenía por demasiado evidente o inoportuno para ser mencionado y mucho menos cavilado: que la guerra es un juego de hombres; que la máquina de matar tiene sexo, y es masculino».


La idea que sostenía el libro de la narradora inglesa: el evitar la guerra, según Sontag no parecer ya tener sentido: «Quién cree en la actualidad que se puede abolir la guerra?» se pregunta, y responde de manera tajante: «Nadie, ni siquiera los pacifistas. Sólo aspiramos (en vano hasta ahora) a impedir el genocidio, a presentar ante la justicia a los que violan gravemente las leyes de la guerra (pues la guerra tiene sus leyes, y los combatientes deberían atenerse a ellas), y a ser capaces de impedir guerras específicas imponiendo alternativas negociadas al conflicto armado».


Es justamente por esto que el recorrido propuesto por Sontag en «Ante el dolor de los demás» no es un recorrido cualquiera. Lo que se mira, se observa, se analiza, son las representaciones fotográficas de las violaciones a los derechos humanos en situación de conflictos armados, y a la vez la autora muestra cómo esas representaciones pueden ser utilizadas de manera más o menos provocativa por medio de manipulaciones interesadas.


Realizar el ejercicio de encontrar y poder observar junto a la autora las imágenes a las que hace referencia (no están incluidas en el libro, al menos en la versión en español) es una forma de poder captar la profundidad con la que Sontag se detiene en esta especie de conocimiento que se le da a las
otras/os, y qué es lo que esas personas podrían hacer con ese re-conocimiento «adquirido».


Las fotografías aparecen como el resultado de lo inevitable: la guerra. Aparecen como representaciones no inocentes de los horrores bélicos. Se despliegan, como los cuerpos carbonizados, destrozados, casi borrados de la faz de la tierra, como el testimonio (más o menos creíble, depende las
épocas) de lo que sucedió en un campo de batalla o en una ciudad arrasada.


Cadáveres frescos acomodados antes del «disparo» de la cámara en Crimea; huesos esparcidos en el patio trasero en un palacio de la India; la guerra civil española; Nagasaki días después de la bomba atómica; Vietnam; el conflicto Palestina-Israel; la guerra entre serbios y bosnios; la censura de
Thatcher durante la Guerra de Malvinas, y la notoria omisión de Sontag respecto a la doble censura ejercida por la Junta Militar que en ese momento gobernaba dictatorialmente a la Argentina (esta lectora en particular no puede dejar de a-notarlo); una muestra sobre los linchamientos de negros y
toda la problemática que despertó en New York. Esto es parte del catálogo que presenta la autora.


También hace referencia a aquellos acontecimientos de los cuales se tienen pocas imágenes o ninguna: «el exterminio total de los hereros en Namibia decretado por el Gobierno colonial alemán en 1904; la furiosa embestida japonesa en China, sobre todo la masacre de casi cuatrocientas mil y la
violación de ochenta mil chinas en 1937, la llamada Masacre de Nanjing; la violación de unas ciento treinta mil mujeres y niñas (entre las que diez mil se suicidaron) por parte de los soldados soviéticos victoriosos cuando fueron desatados por sus comandantes en Berlín en 1945 (…) Son recuerdos que
a pocos les ha importado reivindicar».


Han existido otros recuerdos a los que sí se ha intentado reivindicar, como por ejemplo la masacre de Wounded Knee (1890), en que los cadáveres de los lakotas también fueron manipulados por los fotógrafos, y en donde sus rostros se pueden ver claramente al igual que las fotos de los soldados
unionistas y confederados tomadas por Gardner y O’Sullivan de la Guerra Civil. Susan Sontag, a aquél hecho no lo menciona en su libro.


«Las fotografías de lo atroz ilustran y también corroboran» lo que ha sucedido. «Con nuestros muertos siempre ha habido una vigorosa interdicción que prohíbe la presentación del rostro descubierto» y señala como excepción el conjunto de fotos mencionado en el párrafo anterior. Pero sin duda alguna las fotos en colores de la guerra de Vietnam también tiene sus excepciones.


La autora no deja de insistir que la fotografía «no puede ser la mera transparencia de lo sucedido. Siempre es la imagen que eligió alguien; fotografiar es encuadrar, y encuadrar es excluir». Gobiernos, censura y autocensura; fanatismo religioso, odio racial se ponen en juego a la hora de la «guerra» de las imágenes.


Lo que queda afuera también habla, dice, representa. Lo que «aparece» por ausencia también es un grito que puede esgrimirse como denuncia. Los restos de la devastada Nagasaki fotografiados por Yosuke Yamahata, esbozadas casi con una delectación estética no es menos representativa que aquella imagen en donde se puede ver a una mujer japonesa darle la teta a un bebé que no se
sabe si está vivo o muerto.


Sontag termina el libro dándole una vuelta de tuerca a lo que fue aquella pregunta puesta en escena en «Tres Guineas». Ella inquiere «¿Hay un antídoto a la perenne seducción de la guerra? ¿Y es más posible que esta pregunta se la formule una mujer que un hombre? (Probablemente sí.). ¿Podemos llegar a movilizarnos activamente en contra de la guerra por una imagen (o un conjunto de imágenes)…». A ella le parece que una narración es mucho más eficaz que una imagen, y esto tienen que ver con el tiempo «en el que se está obligado a ver, a sentir». Un texto (novela, película o documental) dan la ilusión de poder llamarnos a ese compromiso antibélico. Pero también ha
habido otras expresiones fotográficas, no ya las representaciones del «mismo» horror, que han convocado a la resistencia.

Total esos muertos ya están lejos de estos vivos: «en quienes les han quitado la vida; en los testigos y en nosotros». Que no podemos terminar de comprender aquello por los que ellos pasaron. «No podemos lo espantosa, lo aterradora que es la guerra; y cómo se convierte en normalidad».


Enlaces a algunas de las fotografías mencionadas en el libro:


- Robert Capa: muerte del soldado español, 1936:
http://www.edmarimba.co.uk/capa/civilwar.html


- David Seymour: foto de la mujer y bebé en la reunión en Extremadura, 1936:
http://www.icp.org/chim/chim2.html (pulsar sobre imagen que aparece debajo
del número de aquel año)


- Yosuke Yamahata: Diario de Nagasaki:
http://www.exploratorium.edu/nagasaki/journey/journey1.html


- Museo de la Paz de Japón, muestra Yamahata ampliada:
http://www.peace-museum.org/yamahata_frame/frames.htm (en la columna de la
izquierda pulsa sobre el tercer item linkeado)


- Mathew B. Brady: Guerra civil de Estados Unidos:
http://fr.encarta.msn.com/media_461533539_761567354_-1_1/Brady_Soldats_morts
_à_Gettysburg.html


- Eddie Adams: Nguyen Ngoc Loan ejecuta a un prisionero del Viet Cong:
http://www.treefort.org/~cbdoten/rvntanks/080-4450.htm


- Larry Burrows: covertura de Vietnam para la revista Life:
http://www.life.com/Life/burrows/vietnam.html


- Ernst Friedrich: La guerra contra la guerra:
http://www.thememoryhole.org/war/waw.htm


- Huynh Cong Nick Ut: Vietnam, 1972: niños cubiertos con Napalm:
http://www.fotoartmagazine.gr/warphoto/NickUt/


- Masacre de Wounded Knee: http://www.iwchildren.org/genocide/shame2.htm

publicado en el Boletín "enLACes de AWID", nro. 42, Fecha: 8 de abril de 2004.

miércoles, 19 de octubre de 2011

Los 80 años de John Le Carré

Esta mañana leí en Clarín un artículo de un tal Andrej Sokolow sobre lo anticuado que se siente John Le Carre en el mundo actual como para seguir escribiendo novelas de espionaje. Como después de haber devorado "El espía que surgió del frío" me convertí en fan incondicional de su obra (¿y qué decir después de la creación de su personaje Smiley?) quise compartir con los lectores de este blog la nota del diario. Me pareció un lindo gesto a uno de esos escritores que tanto quiero.





Los 80 de Le Carré: envejece el espía más famoso del mundo.



Por Andrej Sokolow

A los autores de novelas sobre espías suele resultarles complicado que se los tome en serio como escritores. John Le Carré, que hoy cumple 80 años, es una excepción. Desde que hace medio siglo publicó El espía que surgió del frío , el británico es considerado un novelista respetable.


Le Carré, David John Moore Cornwell, desarrolló el arte de inventar historias de una forma casi dramática. Su madre, actriz, desapareció cuando tenía cinco años. Su padre, un estafador, vivía entre la cárcel y sus estafas. Incluso se hizo pasar por su famoso hijo para conquistar mujeres.


“Ser hijo de mi padre era algo fuera de lo común”, cuenta el escritor. “Tenía caballos pero no pagaba a los corredores de apuestas, entonces me mandaba a mí al hipódromo (...) La gente me decía: ‘Eres el hjo de Ronnie Cornwell? Ten cuidado muchacho...’”.


“Vivíamos continuamente entre mentiras”, recuerda Le Carré. “Decíamos que mi padre estaba de vacaciones, pero en realidad estaba preso”. Mirase donde mirase, veía conspiraciones y traiciones. Durante esa infancia, el escritor desarrolló una desbordante fantasía y una búsqueda de estabilidad que lo llevó hasta los servicios secretos británicos. En los 50 llegó a Alemania bajo la identidad de un diplomático, pero no tuvo éxito como espía. Una de sus misiones fue descubrir si un soviético era en realidad un agente doble. “El ruso vino, bebió vodka, tocó el chelo y no dijo una palabra en toda la tarde”, cuenta el escritor. Quién sabe hasta donde habría llegado el agente Cornwell... Pero apareció El espía que surgió del frío .


El breve libro, redactado en pocas semanas, cambió la vida de Cornwell y el arte de escribir novelas de espionaje. Buenos y malos se entremezclaban en un terreno más gris y los agentes dejaban de ser héroes para convertirse en personajes de carne y hueso. “La mejor historia de espionaje que leí nunca”, dijo al respecto Graham Green, otro veterano del género. La novela salió a la venta firmada por un tal John le Carré. Cuando la identidad del escritor salió a laluz, su carrera como agente ya era historia.


En lugar de trabajar como espía, Le Carré se dedicó a escribir sobre ellos. Pocos años más tarde creó a su personaje de mayor éxito: el desilusionado agente George Smiley, engañado constantemente por su mujer y víctima de un entorno sin escrúpulos. Este año, El Topo recreó la aventura más conocida de Smiley, Tinker, Tailor, Soldier, Spy , con Gary Oldman de protagonista. Y eso, a pesar de que entre la publicación del libro y este filme creció una generación que casi no sabe qué fue la Guerra Fría.


Con la caída de la cortina de hierro, Le Carré dirigió su mirada crítica hacia Europa occidental. Sus libros comenzaron a tratar el tráfico de armas, negocios sucios de las empresas farmaceúticas, la guerra contra el terrorismo o la mafia rusa. Y en sus comentarios, criticó con frecuencia la política exterior estadounidense y pidió más tolerancia con el Islam.


- ¿Qué le resulta difícil a la hora de escribir hoy?

-Tengo un gran problema con las nuevas tecnologías de la comunicación. Es complicado escribir un thriller sobre espías cuando uno no entiende como funcionan los sistemas de vigilancia, localización y comunicación. ¿Como funciona ahora la comunicación en el mundo de los espías? No tengo ni idea. Y no quiero escribir sobre cosas de las que no entiendo.


-Pero, ¿no ha escrito ya libros en los que aparecen computadoras?

- En El jardinero fiel el protagonista tenía una notebook, pero no sabía como utilizarla y la tiraba al mar en cuanto conseguía extraerle la información que necesitaba, lo que para mí fue un alivio. Pero en la película pusieron computadoras por todas partes...


A sus 80 años, Le Carré es un ágil caballero de cabello gris, encantador y perspicaz. Con 13 nietos a los que sirvió de puente para vivir la vida normal que su padre nunca le dio, está en paz consigo mismo. “Me siento preparado para morir”, confiesa.